LA NOVIA DE BARRANQUILLA.

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ESTHER FORERO.

RESEñAS LITERARIAS.

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PROMOCIONA EL LIBRO CANTATA A LA VIDA,EL AMOR Y EL OLVIDO.

JOSE MARIA VARGAS VILA.

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PANFLETARIO Y LIBERTARIO.

EL GRAN ESCRITOR WILLIAN FAULKNER.

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EL AUTOR DE LAS PALMERAS SALVAJES.

DESNUDO.

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AUTOR BRYCE CAMERON LISTON.

LOS DETECTIVES SALVAJES.

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ROBERTO BOLAñO.

JOSE LUIS DIAZ GRANADOS.

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UN GRAN POETA.

EL POETA ...OCTAVIO PAZ,

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POEMA ..UN NUEVO ROSTRO.

RESEñADO EN EL DICCIONARIO LATINOAMERICANO DE POETAS.

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LIBROS Y LETRAS.

REVISTA MOLINO DE LETRAS NUMERO NUEVE,

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MICROCUENTO UNA SOMBRA.

PRIMER FOLIO DEL CANTAR DEL MIO CID.

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BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAñA.

LA LEYENDA DEL GILGAMESTH.

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TALLADO ANTIGUO.

MUJER EN EL JARDIN.

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DE CLAUDE MONET.

AU MOULIN DE LA GALLETTE.

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PINTURA DE RENOIR.

PARLAMENTO NACIONAL DE ESCRITORES DE COLOMBIA

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UN COMPROMISO CON EL PAIS Y LA LITERATURA.

PLAZA DE BOLIVAR.

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SANTA FE DE BOGOTA.COLOMBIA.

VICENTE VAN GOGH

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QUIEN SOLO VE SEGMENTOS DE LA REALIDAD,ESTA CONDENADO A NO VER LA REALIDAD COMPLETA.

MI AMIGO EL CUENTO TOMO II

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PUBLICACION DE MIS TRABAJOS LITERARIOS.

PORTADA DE LA REVISTA TALLER LUNA Y SOL.

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PUBLICACION DE MIS TRABAJOS LITERARIOS.

PLAYAS DE CHORONI.

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA.

LOS FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO.

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AUTOR GOYA.

LA DIVINA COMEDIA. NARRATIVA.

LA DIVINA COMEDIA. NARRATIVA.
DANTE ALIGHIERI

PORTADA DE CIEN AñOS DE SOLEDAD.

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GABRIEL GARCIA MARQUEZ.

POEMAS PUBLICADOS EN POETAS DEL MUNDO.

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CESAR MOLINA CONSUEGRA.

MI AMIGO EL CUENTO.

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Publicacion de mis Microcuentos.

REVISTA MOLINO DE LETRAS.

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PUBLICACION DE MIS TRABAJOS LITERARIOS.

nelson,mi esposa Carla,Cesar y Emilse.

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AEREOPUERTO ERNESTO CORTISOZ.

MAS ALLA DE LA MUERTE.

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MARIO BENEDETTI.

HOMENAJE A UN GRAN ESCRITOR.

HOMENAJE A UN GRAN ESCRITOR.
MONSIVAIS

UNA APROXIMACION A LA OBRA LITERARIA DE LA POETISA MEYRA DEL MAR

UNA APROXIMACION A LA OBRA LITERARIA DE LA POETISA MEYRA DEL MAR
AUTOR, CESAR MOLINA CONSUEGRA.

MEYRA DEL MAR.

MEYRA DEL MAR.
Una aproximacion a la obra literaria de la poetisa meyra del mar..Un homenaje a su memoria!!

Una aproximacion a la obra literaria de la poetisa Meyra del Mar

Una aproximacion a la obra literaria de la poetisa Meyra del Mar
El autor..CESAR MOLINA CONSUEGRA.

LA CORONELA MANUELA SAENZS

LA CORONELA MANUELA SAENZS
LIBERTADORA DEL LIBERTADOR.

HASTA SIEMPRE LUIS VITALE!!

HASTA SIEMPRE LUIS VITALE!!
TE QUEDARAS CON NOSOTROS!!

HOMENAJE A MIGUEL HERNANDEZ EN ALICANTE.

HOMENAJE A MIGUEL HERNANDEZ EN ALICANTE.
POETAS DEL MUNDO EN EL ACTO.

ROBERTO FERNANDEZ RETAMAR.

ROBERTO FERNANDEZ  RETAMAR.
UNA VIDA EN CASA DE LAS AMERICAS.

TURNER EN EL MUSEO DEL PRADO DE MADRID.

TURNER EN EL MUSEO DEL PRADO DE MADRID.
UN CALIDOSCOPIO PARA APRECIAR SU ESTILO.

AQUILES

AQUILES
LA INUTIL SED DE VIOLENCIA.

jueves, 28 de mayo de 2009

PUBLICACION DEL POEMA ..UNA ESTRELLA SUTIL..EN GENERACION POETICA WEB..DEL POETA SALOMON BORRASCA..

CESAR MOLINA CONSUEGRA UN POETA PARA CONTEMPLAR..

El poeta César Molina ha pegado en Poetas del Amanecer de Facebook un poema ante el cual no dudo en declararme maravillado. Pienso que el mayor mérito de un vate radica en expresar sus estados de ánimo de tal manera que el lector sea afectado en sus emociones por la sensación transmitada. Molina se sale de los lugares comunes escénicos y retóricos. ¡Qué gran poeta!. Cómo me gustaría que su poesía se gane el lugar que le corresponde.

ESTRELLA SUTIL

De tanto mirar el firmamento
y reflejar en mis ojos sus llamas
una estrella sutil esta girando y cayendo con el viento..
y ahora alumbra las bisagras
del alma..
que se cierra aveces
y otras se abre.
que traquea y resopla
que se queja en la noche solitaria..
y que de pronto se hincha de razones y misterios..
y canta y bibra como una guitarra...infinita
mientras la luna
se extravia en el camino de la madrugada
ella sabe de las horas de bohemia
cuando arrancamos al mundo
una magistral pincelada

Cèsar Molina
Publicado por SALOMÓN BORRASCA en 14:47

miércoles, 27 de mayo de 2009

POEMA DE WALLACE STEVENS,VERSION DE CARLOS BARBARITO TOMADO DEL GRUPO SUNDAY MORNING O MAñANA DE DOMINGO...

Desde siempre, Wallace Stevens uno de mis poetas favoritos. A The Auroras of Autumn (Las auroras de otoño) lo leí decenas de veces con creciente entusiasmo. Reproduzco a continuación una versión mía del primer poema del grupo titulado Sunday Morning (Mañana de domingo) . CB


La complacencia de estar en bata, un tardío
Café y naranjas, en una silla soleada,
Y la verde libertad del papagayo
Se entremezclan en una alfombra para disipar
El sagrado silencio de un antiguo sacrificio.
Ella sueña un poco, y siente la sombría
Intromisión de aquella vieja catástrofe
Como una calma se oscurece entre luminosas aguas.
Las acres naranjas y las verdes, brillantes alas
Se asemejan a cosas en alguna procesión fúnebre,
Dan vueltas a través del agua ancha, sin sonido,
El día es como un agua ancha, sin sonido,
Acallado por el paso de sus pies soñadores
Sobre los mares, hacia la silenciosa Palestina,
Dominio de la sangre y sepulcro.








ESTA ES MI BREVE NOTA..


Naranjas en una silla soleada,
y la verde libertad del papagayo..
una calma se oscurece entre luminosas agujas..

Estas son metaforas de profundidad,que el poeta despliega para acercarnos,a lo que parece ser el misterioso ceremonial de un sacrificio,que se asemeja a cosas en alguna procesion funebre...y entonces el mismo dia es acallado por el paso de los pies soñadores de ella....hacia la silenciosa PALESTINA...dominio de la sangre y el sepulcro...

Es indudable,que estamos extasiados,por la magia sutil, de esta descripcion,que nos devela el corazon de ese sueño,donde aparece la intromision de aquella vieja catastrofe...
Es una poesia de altura y de profundo lirismo..

POEMA ..ALGUIEN ME PREGUNTA..

Alguien me pregunta
cuando acabara la busqueda
de la Aurora..
No sabe que no soy inerte mineral
ni usted tampoco..
dormidos taciturnos, tras las hojas..
Es de los cielos volar
al cuadrante infinito
mas alla de la altura de los pajaros
y mis manos y tus manos
y sus manos..
seguiran agitando el viento
de nuestros caminos
polvo de la muerte que respiramos
pies de trotamundo inefable
que riega el sudor alla en la cordillera..
bajando a el vertice preciso de la playa mutilada..
buscando el rastro de los caballos,
bajo las piedras dormidas en el tiempo
nuestros rostros difusos
sin prisa,y sin pausa..
para querer saberlo todo,
para mojar en los sueños del lago,
nuestra frente de llamas
y nuestros pies de fango del naufragio..
somos presencia y camino..
testimonio y esperanza..
alla a lo lejos..
arriba de la cerca canta el gallo...
y de repente resuena esta orquesta de cigarras..


INEDITO.
DERECHOS RESERVADOS.CESAR MOLINA CONSUEGRA.27 DE MAYO-2009
DEL LIBRO DE POEMAS EN PREPARACION. VERTICE EN LLAMAS..

GEORGE TRAKL POEMA...IMITEMOS SU LUCHA,,NO SU MUERTE

GEORGE TRAKL,nos arroja de un solo empujon, al fondo de la gran ciudad,con sus mitos y leyendas,con sus miles de rostros ocultos,con su corazon de lata,con la mierda de sus bajas miserias ocultas,en las alcantarillas de sus bufones,y sus escritores de cafe,sicofantes garrulos de un orden que se desmorona por pedazos,que se agrieta y anuncia que no puede ser eterna una noche de negacion de la vida y la esperanza...no puede ser eterna la alienacion humanas y el extrañamiento..el oscuro repique de las campanas del crepusculo...la odiosa carcajada del oro...
Alguien pule y labra en metal duro,pacientemente el Rostro Redentor...para que esta pesadilla siniestra,termine para todo el genero humano!!



George Trakl

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(Austria, 1887-1914)
Poeta austriaco nacido en Salzburgo en el seno de una familia burguesa. Estudió la carrera de Farmacia y vivió siempre en su ciudad natal y Viena. Sus mejores poemas aparecieron por primera vez en la revista Der Brenner. Su estilo es abrupto y violento y su obra poética es breve pero de una rara densidad, en ella une la nostalgia de la ternura y el presentimiento del fin del mundo occidental. Su obra poética, influenciada por Rimbaud, se compone de tres obras, Gedichte (1914), Sebastian in Traum (1915) y Die Dichtungen (1919). En 1914 a consecuencia de la guerra es movilizado dentro de los servicios sanitarios y asiste a la batalla de Grodek. Quedó tan horrorizado de esa experiencia que se suicidó la noche del 4 de Noviembre de 1914, con una sobredosis de cocaína. © epdlp

Textos:
Decadencia
En un álbum antiguo






















Ah, la locura de la gran ciudad cuando al anochecer,
junto a los negros muros, se levantan los árboles deformes
y a través de la máscara de plata se asoma el genio del mal;
la luz con látigos que atraen ahuyenta pétrea noche.
Oh, el hundido repique de las campanas del crepúsculo.

Ramera que entre escalofríos alumbra una criatura
muerta. La ira de Dios con rabia azota la frente de los poseídos,
epidemia purpúrea, hambre que rompe verdes ojos.
Ah, la odiosa carcajada del oro.

Pero una humanidad más silenciosa sangra en oscura cueva
forjando con metales duros el rostro redentor.


Por George Trakl

POEMAS DE HELLMAN PRADO..POETA COLOMBIANO CONTEMPORANEO..

LA CALLE

Sin decir nada todo me lo dices.
Dices, por ejemplo:
–Soy de roca y sudo a los hombres
En los días sin sombra y las noches sin pájaros.
Nadie llega a ninguna parte;
Vuelcan por mis manos ese monóxido de sangre
Que les da la vida o quizá la muerte.
Se aman y se desaman por mis costillas amanecidas,
Se rompen y se mutilan.
Si esa es su naturaleza
Déjame seguir siendo esta piedra vencida
por el tiempo.
Y digo, con estupor en el rostro:
–No te afanes, estoy de paso.





LUZ SOLAR

No tengo grandes noches
De cerezas, de uvas,
De pasos sin camino
Como cualquier ser humano
O ausencia de aguacero.
No soy abrazo de madre
Con ojos de dolores en los hijos,
Un pirata con múltiples arracadas
Que cuelguen de las hélices
O la garza de flacura vencida
Que bebe espacios en el agua cruda.
No tengo sombra, o manos que sostengan
Tanto anochecer al día.
Tengo esqueleto
Y no tengo grandes noches
De pueblos enteros que sollozan solos
Con forajidos en sus calles muriéndose de pena.
No soy el que necesita el mundo.
Es tarde,
Andate con tus árboles donde muera la selva.





OLEAJE

Para qué callar
Tanto silencio arrepentido,
Tanto amor a la deriva.
Bajo qué movimiento esa pálida muerte
Llegará con sus arcabuces
A deshacernos el mundo.
Estas manos que aún esperan
Caminar ilesas por algún lejano cuerpo,
Quizá ese cuerpo,
Dónde irán a reposar de tajo.
Sombra,
Río que fluye desvelado,
Océano y lágrima,
Árbol de hojas blancas sobre un viejo páramo,
Ese oleaje es el amor de los hombres.
Para qué callar entonces
Tanto amor a la deriva,
Tanto río.





CAMINO INTERIOR

Lo he hecho todo:
Sembré un árbol donde no recuerdo,
Escribí un libro que nadie ha leído
Y tengo un hijo que nunca veo.
Lo he llorado todo:
He llorado la muerte, el amor, el destino,
La miseria, el hambre, la distancia
Y ya no queda sal en ninguna lágrima.
Acaso al fin lo he escrito todo:
Mil quinientos setenta y nueve poemas con treinta
y un centavos,
Tres cuentos, dos ensayos, noventa y tres informes,
Una renuncia,
Siete cartas, once mensajes en la nevera,
tres mentiras,
Cuatro grafittis, setecientas trece firmas –incluida
la de la renuncia–
Un árbol, un hijo, un libro,
Un destino, un amor, una muerte,
Un hastío, un dolor, una cólera,
He escrito todo mi desamparo.





VIENTO DE ABRIL

A Amparo Osorio

El viento, ese antílope que rumia corazones
Camina por el estribor de nuestras pieles
Y deja con su voz aplacados los cedros,
La vereda fértil, la cordillera.
Se deshojan sus tibias manos
Alcanzando las últimas horas de los días
En que dejamos de ser este pedazo de hombre
Y nos volvemos suyos, desamparados.
Cuando vamos de un lugar a otro, cuando somos
Solo la herrumbre de la vida
Y sentimos como nos limpia el cuerpo
Y abandona su mundo para poder lograrnos
El viento, ese fuego que consume nuestros rostros
Nos hace saber que estamos vivos
Y que nunca abandonará la faz de la tierra.
El viento, blanca sombra del día y de la noche.





MUNDO CONSUMADO

Ser de sombra y parecer que nada es nuestro
Y tenerlo todo y morir por ello;
Amar el mundo que llega con sus olas
Y nos encalla al relámpago de la vida;
Golpear un minuto y otro y acaso otro
Para que el tiempo no siga devorando
El presente que ya se muere
Y nos sumerja en el tímido futuro;
Temblar de frío cuando la lluvia desluce
Este cuerpo que cargamos con nosotros
Sin poder cambiar de forma, como el humo…
Partir sin decirle adiós a nadie,
Sin el total desamparo de sentirnos desolados
A algún lugar ajeno y lejano;
Amanecer a orillas de un río tranquilo
Bajo la luz desnuda del poniente y desnudos
Como cuando éramos simples animales
Mirando sin deseo a la propia especie
Y aún creyendo en el Paraíso;
Pensar que nada pasa entre nosotros
Con la sabiduría que la tierra es más ancha
Y no esta angostura que pretendemos;
Que no nos aflija el llorar, pesada roca
Con los ojos atiborrados de esperanzas
El milagro de un nuevo día;
Reposar el alma que nos cuesta a veces
Y colgarla entre las cuerdas
Para que en alguna hora bendecida
Se nos enjugue el cuerpo bajo el alba;
Volar vida,
Volar
Y no morir en el intento.



Bogotá, Colombia (1978). Escritor, poeta y ensayista. Finalista en 2007 del premio internacional de poesía breve, celebrado en Buenos Aires, Argentina, con el libro La humanidad de las cosas. Es colaborador de medios escritos y virtuales en su país. Su poesía aparece en varias antologías nacionales e internacionales. Ha sido traducido al japonés. En 2008 publicó La tentación inconclusa, bajo el cuidado de Común Presencia Editores. Así mismo, promueve la página www.tierraliteraria.blogspot.com. Trabaja en la actualidad un libro de relatos y prepara su primera novela.

martes, 26 de mayo de 2009

PUBLICACION DE MI RESEñA DE LA NOVELA LA SEMILLA DE LA IRA,DE CONSUELO TRIVIñO ANZOLA.:".EN ESCRITORES DE LA COSTA"..

LA SEMILLA DE LA IRA ..DE CONSUELO TRIVIñO ANZOLA..EL RESCATE DE VARGAS VILA!!Compartir
Hoy a las 11:35 | Editar nota | Eliminar
Esta novela de Consuelo Triviño Anzola, viene ahora a recordarnos,despues de 150 años a el
gran Escritor Colombiano del siglo,xix JOSE MARIA VARGAS VILA..el autor entre otros libros de AURA O LAS VIOLETAS..ANTE LOS BARBAROS,LOS DIVINOS Y LOS HUMANOS,LA UBRE DE LA LOBA,IVIS,EN LAS SARZAS DEL HOREB..entre otros...



señor de rayos y leones....pastor de tempestades... como dijera una vez el gran poeta Nicaraguense Ruben Dario...
Una pequeña placa de piedra, recuerda el nacimiento de Jose Maria Vargas Vila en una casa carrera 2 numero 12-14 en el Barrio la Candelaria en Bogota.Aqui nacio un 23 de junio de 1863 Jose Maria Vargas Vila autor de "AURA O LAS VIOLETAS". En cambio no existe ninguna seguridad sobre la conservacion de sus restos mortales en el cementerio central de bogota,despues del regreso de sus exequias desde españa.,Barcelona donde murio en 1933.Como todos recordaran,el regimen de turno de julio cesar turvay ayala,se opuso frontalmente,al retorno de sus exequias mortales,por que aun a ellas,los gamonales,politiqueros,y guerreristas como "la mula vestida", le tenian terror,como el diablo ante una cruz.

Su basta obra literaria y politica...la de Vargas Vila abarca mas de 100 volumenes,entre poesias, ensayos,novelas y cuentos.
Fue el terror de todas las dictaduras de su epoca en America Latina y en el mundo,y las tempestades que desataba su verbo encendido y su lenguaje panfletario, era lapidario e iconoclasta contra el orden establecido,producto de un maridaje de este "orden" entre la jerarquia catolica y el capital.
Fustigo alos nuñez, a los sanclemente,a los holguines, a los caro,a los marroquin, a los reyes, a los concha..
a los ospina ..de las Republicas Conservadoras de Colombia y a Despotas Sudamericanos como estrada cabrera de guatemala,porfirio diaz en mejico, o cipriano castro en venezuela.

Denuncio la injerencia norteamericana en America Latina de los Estados Unidos de Norteamerica,y al igual que Simon Bolivar pronostico que este imperio invadiria nuestras tierras para robarse sus riquezas naturales.
Dentro de esta gama variada de obras imperecederas merece destacarse "Aura o las violetas"," ivis," La decadencia de los cesares"" 'La ubre de la loba" "Ante los barbaros:".. y "Ars verba"...
Nacio en una pequeña casa a orillas del rio san agustin, cuando santa fe de Bogota era una poblacion
fria,fea y fetida, con escaso desarrollo,y de remate enmohecida por la proliferacion de campanarios de la iglesia catolica.
Desde su temprana juventud tomo opcion por, el olimpo radical de los estados federados, de mosquera,
murillo toro y parra. Peleo en la guerra civil de 1876-1878..al lado del general santos acosta y del general daniel hernandez,quien perdio la vida en la batalla de la HUMAREDA. vargas vila huyo a los llanos del oriente,y de ahi hacia venezuela,iniciando asi un exilio que duraria toda su vida,pues nuñez disolvio la constitucion de 1863 y en cambio declaro la de 1886 ultraconservadora hasta en los tuetanos.
Escritor admirado y reconocido a nivel internacional,tanto o mas que Gabriel Garcia Marquez, nuestro premio nobel de literatura.

Sus obras eras leidas a escondidas,en las tiendas,en las zapaterias,en las bodegas ,en los colegios.... provocaba reacciones extremas de amor en unos y de odio en otros ...por el caracter profundo de sus denuncias, y su compromiso en la defensa de la libertad del ser humano.
Jamas se doblego ante ningun gobernante,ninguna dadiva compro su conciencia,ninguna amenaza lleno de miedo su alma,no retrocedio nunca ante el sacrificio que le imponia su pasion politica independiente,y su literatura de combate contra la dominacion de los poderosos y sus siervos de turno.
Nadie lo hizo jamas callar, cuando exponia una denuncia, no rectificaba nada, si el pais donde estaba asilado consideraba que era incomoda su estadia,sencillamente se iva hacia otra nacion,a continuar la obra de denuncia contra los Dictadores y sus Siervos,contra la alianza de la Iglesia Catolica y el capital,el latifundio y la nueva banca.
Su prosa lirica era altanera y arriete para desenmascarar los entuertos ,componendas y triquiñuelas de los dominadores.Jamas se alineo con la gramatica de caro y cuervo,mas bien se burlaba de ella, y exibia una prosa con ritmos propios y con ortografia original,que violentaba la prosodia,la sintaxis y la ortografia de la real academia de la lengua.
Jamas permitio que la centralizacion de los poderes publicos terminara engullendo la autonomia y la libertad del individuo,ni que la evangelizacion catolica,sirviera para santificar los privilegios de los ricos, y sus robos al erario publico Nacional.
Es significativo pues que ahora consuelo triviño anzola,despues de 150 años de la muerte fisica del gran panfletario universal,nos presente de cuerpo entero,una aproximacion a el entorno economico,social y politico en que debatio vargas vila,y agito durante mas de tres decadas su tempestades iracundas,que hacian vacilar a los satrapas de la epoca.Consuelo nos presenta a vargas vila como un esteta consumado, que hace de la defensa y la lucha por la libertad, el sentido de su vida, y de su historia,un instrumento para por medio del arte de las palabras,entrar a la eternidad, transmitiendo ese legado imperecedero a las nuevas generaciones.
consuelo nos recuerda las palabras de vargas vila, ..lo que nos desmorona no es tanto la pobreza, es el miedo... cuando una sociedad teme a enfrentar la verdad, entonces huye despavorida, y rueda hacia el precipicio... ahora solo hay sitio para los bufones y el canto adulador de los juglares, a los pies de los tiranos... los traidores y delatores festejan su indigencia mental,y su ausencia absoluta de valores y principios...Ahora que la aldea global,todo lo mercantiliza,y las ilusiones se miden con el rasero de una plaza de mercado es bueno leer a vargas vila,y saborear la novela "LA SEMILLA DE LA IRA" de consuelo triviño anzola... pongase a pensar!! !por que el unanimismo sospechoso, que hoy arropa a la sociedad colombiana,puede ser el preludio, de la disolucion de el equilibrio de los poderes publicos,y el comienzo de una nueva larga noche de satrapas y dictadores civiles,que utilizan el miedo y el terror,para garantizar la estabilidad de la maquinaria productiva,que reproduce la riqueza en unas cuantas manos, y la pobreza en las grandes mayorias de nuestro pais...


Bibliografía
La SEMILLA DE LA IRA. por CONSUELO TRIVINO ANZOLA 2008

PUBLICACION DE MIS ESCRITOS..EN EL PORTAL DEL RINCON DE LOS ESCRITORES..

GRACIAS!! SINCERAS Y PROFUNDAS, AL RINCON DE LOS ESCRITORES,POR LA PUBLICACION DE MIS ESCRITOS...


Estoy altamente agradecido,de que un Portal de tanto prestigio,e importante,como EL RINCON DE LOS ESCRITORES,halla publicado,mis escritos mas recientes.
Mis mejores deseos de exitos,en esta empresa editorial,que como el Quijote de la Mancha,hace camino al andar,en la busqueda de nuestros sueños y esperanzas ...
Hoy a las 14:18 | Editar nota | Eliminar
Nuevos escritos publicados en el Rincón
Los siguientes son los nuevos escritos que han sido publicados en el Rincón de los Escritores:

“Es de noche y te espero” – Poema de José María Cuenca.
“Manos…” – Poema de Celina Janet Arce.
“Conociendo el Rincón” – Poema de Celina Janet Arce.
“Despecho” – Poema de Celina Janet Arce.
“La inspiración de Dios” – Cuento de Elena Ortiz Muñiz.
“Siento” – Poema de José Valle.
“Fácil se ama la belleza” – Poema de José Valle.
“Estos años” – Poema de José Valle.
“En horas” – Poema de José Valle.
“Tus rosas amarillas” – Poema de Luís María Murillo Sarmiento.
“Un reconstituyente para Vilma” – Monólogo de Sonia Read-Hoepelman.
“Lucía” – Poema de Ben Mejía Rohenes.
“Un muerto en un pantano” – Cuento de Victorio Nombela.
“Aquí la plaza de mercado” – Poema de César Augusto Molina.
“Desplazado” – Poema de César Augusto Molina.
“La nieve que cae” – Poema de César Augusto Molina.
“La tejedora de vida” – Poema de César Augusto Molina.
“Marlene” – Poema de César Augusto Molina.
“El alba” – Poema de César Augusto Molina.
“La Mencha” – Cuento de César Augusto Molina.
“El negro grande, Alejandro Durán” – Cuento de César Augusto Molina.
“Eustaquio” – Cuento de César Augusto Molina.
“Las Iliadas” – Poema de César Augusto Molina.
“Los hinchas del Santo Padre (3)” – Novela de Osiris.
“Sagrado olvido” – Poema de César Augusto Molina.
“Enemigos” – Poema de César Augusto Molina.
“Estratagema” – MiniCuento de Sonia Read-Hoepelman.
“¿Cuándo?” – Poema de Tatiana Morales.
“Ante una ceiba” – Poema de José Valle.
“Inexistencia” – Poema de Luís Alejandro Lobo del Valle.
“Oda a Nueva York (Primera parte)” – Poema de César Augusto Molina.
“Oda a Nueva York (Segunda parte)” – Poema de César Augusto Molina.
“Son tus ojos” – Poema de César Augusto Molina.
“Conciliábulo de brujos” – Monólogo de Kafuringa.
“Te amo” – Poema de Alicia Rivas.
“Un hada en mis sueños” – MiniCuento de Alicia Rivas.
“Nunca se pierde la esperanza (“Seguiré viviendo” 48a. entrega)” – Novela de Luís María Murillo Sarmiento.
“Homenaje al Maestro” – Opinión de Osiris.
“Grixu” – Monólogo de Sonia Read-Hoepelman.
“Consultas en el laberinto” – Cuento de Carlos Adalberto Fernández.
“Sólo porque sí” – Poema de Namid Amador.
“No siempre es la misma faz” – Poema de Elena Ortiz Muñiz.
“El alma en pena” – Cuento de César Augusto Molina.
“Aquí estamos” – Poema de César Augusto Molina.
“El gato” – MiniCuento de César Augusto Molina.
“El salvavidas amarillo” – MiniCuento de César Augusto Molina.
“Homenaje al maestro Mario Benedetti” – Opinión de César Augusto Molina.
“Sendero” – Poema de Celina Janet Arce.
“Cruel Destino” – MiniCuento de David Solano.
“La Traición” – MiniCuento de David Solano.
“Discurso” – Opinión de Acnun Sam.
“Descuido” – Poema de Namid Amador.
“Un sueño sin color” – Cuento de Mauricio Hinojosa.
“El pintor de luces” – MiniCuento de Osiris.
“El zorro y la uva coqueta” – MiniCuento de Osiris.
“Algún día” – Poema de Marina Trujillo Layún.
“A ti” – Poema de Marina Trujillo Layún.
“En mi casa siempre son las doce en punto” – Monólogo de Sonia Read-Hoepelman.
Los invitamos a leerlos, comentarlos y calificarlos.





Nuevos Concursos se añadieron al Rincón de los Escritores

lunes, 25 de mayo de 2009

LA BIBLIOTECA DE BABEL DE JORGE LUIS BORGES..EL CAOS Y EL INFINITO..

La Biblioteca de Babel



El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.



Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.



A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.



El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.



El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)



Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.



Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.



Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.



También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.



A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.



Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.



También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.



Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).



La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.



Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.





FIN

domingo, 24 de mayo de 2009

A LA MEMORIA DE ALFREDO CORREA DE ANDREIS Y PEDRO PEREZ OROZCO!

Alli estabamos los tres...
conversando en la inmensa sala
de la casa de justicia de la PAZ..
en los cinturones de miseria de la ciudad
de Barranaquilla...
y tu Alfredo Correa de Andreis
hablabas sobre la capacitacion
de lideres..
y trabajabas en eso...con pasion...
para la Casa de justicia..en expansion...


y recordabas a Freire
el gran educador latinoamericano..
y tu Pedro Perez Orozco.
recordabas a Estanislao Zuleta.
el gran filosofo..y sus apego a lo nuestro.
a la vision del mundo contradictorio...
a la fortaleza en nuestras propias fuerzas...
y yo recordaba a FALS BORDA..
Y su empeño en la unidad regional,
en nuestra identidad manoseada..
en el rescate de nuestro imaginario colectivo...

Alla los niños juegan con caballitos de palo
otros elevan sus cometas multicolores...

aqui estan las mismas casas
con la misma soledad
cerradas por aldabones por dentro...
las mismas telarañas...
y el polvo que se revuelve con el viento...
los caminos de polvo
que besa un viento..
que trae olores de sal..
la pobreza deambula
y se arrastra..
como ayer
los caciques pasan por aqui
en epoca electoral..
a regalar baratijas..
.


En la esquina
el vendedor de butifarras..
mas alla una venta de fritos...
la gordita que pasa con el chance

los muchachos que cruzan en bicicleta
unos bebes van de la mano
para la escuela...
los mismos sueños de ayer..
el mismo abandono de antes..
y la busqueda del absoluto....

los grupitos en la esquina
matando el tedio
sin afan..
el trabajo es esquivo.
la urgencia de comer
tiene su afan...

Ahora mis amigos...
este gran vacio infernal
ustedes han partido
hacia el viaje sideral..
como sentimos la ausencia secular
el gesto fraternal..
la palabra que ilumina..
una cuestion crucial
...

La voz de una denuncia medular..
la confianza en la base popular...
aqui tejemos de nuevo hermanos
amigos ..compañeros
del viaje sideral...
nunca olvidamos de ustedes
en la lucha

su entrega y sacrificio
hasta el final...
PAZ en sus tumbas..
huracanes de ideas..

QUE NO PASE POR DEBAJO!!

En lo alto de un andamio a 10 pisos..
alguien grita...señor que no pase por debajo!!
el transeute desprevenido se quita el sombreo.
y mira hacia arriba aterrado...
ambos sucumben en segundos..entre maderas y hierros retorcidos..
Trajiste cigarrillos?..no hombre que iva a saber yo que usted se iva a caer,y de remate a triturarme aqui en la acera?..
cuando toca toca...ahora hay que esperar la larga fila... San Pedro esta muy ocupado..
enfrente no hay colas ... pero el diablo se asoma de vez en cuando..mas bien pongase ese sombrero..
en la cara..el colmo es que lo escoja.a usted...
El regala cigarrillos ...pero yo no quiero esos amores infernales.!!..

NIñA TREMULA...

NIñA TREMULA...RADIANTE DE LIMPIDO CIELO...
NIñA QUE ACARICIARON MIS CANSADOS OJOS.
DANZA Y HECHIZO EXIBEN TUS CADERAS..
VAPOROSAS EN LA NEBLINA ABSOLUTA.

Y TU SONRISA ES UN ARCO IRIS
DE ESPERANZAS COMPARTIDAS..
MUNDO DESCONOCIDO DE ARRULLOS Y SILENCIOS,
DE ABRAZOS IRREDENTOS
Y BESOS ANHELADOS....

ME ENLOQUECIERON TUS SENOS
MORENOS COMO EL BARRO PRIMITIVO DE LA TIERRA...
ENTONCES MIS MANOS DIBUJARON TUS CONTORNOS..
MIENTRAS DORMIAS..
MIS BESOS SURCARON TU ESPALDA
ATRAVESANDO LA TORMENTA
DE TU CINTURON DE FUEGO..
QUE ARDIA COMO LAS ZARZAS DEL HOREB

VOLCAN Y FUEGO ES TU TELURICO CUERPO....
ARREBATO DE CARNES.
CICLON DE SUDORES..
ESPASMOS DEL EXTASIS QUE NOS ATRAPA..
BESO A ABUSO CABALGAMOS Y BAJO MI FUEGO A TUS SUEñOS
COMO EL ORINOCO AL MAR INFINITO..

ENTONCES ETERNOS FUERON NUESTROS INSTANTES DE PASION..
RECUERDAS.? AYER NOS ROBAMOS UNA ESTRELLA...
Y ES ANCHA Y RADIANTE SU LUZ....
PERO HA LLEGADO LA HORA SEñALADA
PARA SER PAN Y RAIZ,
LANZA Y ESTRELLA....
A RECOGER LAS ANCLAS COMPAñERA..
A NAVEGAR.... MIENTRAS TANTO ...YACE NUESTRO AMOR
RECLINADO.....
POR QUE EL AMOR Y EL PENSAMIENTO TIENEN ALAS
Y NADIE PUEDE DETENER SU VUELO..
LO QUE HA DE SER... AL FINAL SERA!!.
AUNQUE LA PIEL..QUEDE TENDIDA SOBRE EL CAMPO!!..

PAUSADA...

De la Arenosa volaste
pausada como un aleteo
en la boveda enorme de los cielos..
y rompiste la quietud del mundo
y desafiaste el viento
mas alla de los confines del estero

Aqui te he hallado
pudicamente dormitando
en el hangar
ayer rugiste y volaste en lo alto
de la esfera..y tu vientre
como mujer creadora
llevo el correo
y custodio en sus entrañas el secreto
de otros mundos
velo difuso reservado a los Titanes..

Hoy estas conmigo..
tu alma de metal duerme placida
apenas dibujada
apenas contenida..
potencia suave u orgasmica
de tus motores
en la brujula bendita
que guio tus rutas ineditas
y corono tu frente
iluminada por el rayo..y fue la lluvia
vaporosa quien enjuago tus
alas milenarias
tus ojos de vidrio labrado
y tu penacho enhiesto
al viento....

Afrodita
que disputaste al aguila
un universo entero..
pechos de mujer
que desde el barro de la tierra toda
te hiciste ensueños y Elegias
como un Trigo virgen y lozano..
como musgo que recubre la piel
en la boca de los huracanes del caribe
impetuosos en nuestras pasiones
girando en la cumbia de tu danza de caderas...

Nada del mundo te fue ajeno!!
y crecio en tu boca
el beso infinito
y me abraze a tus pechos
como el piloto loco.
que vuela raudo y navega en el temblor de la piel..
mientras tus manos recorrian el mapa
de mi cuerpo
y desgajabas manzanas y limones
cerezos y naranjas
mientras tu picara sonrisa
iluminaba los filigramas
de nuestros cuerpos
tras las sabanas!!

Entonces bajo el fuego a tu fuego..
y broto de tu cintura la llama
como entre nubes un relampago..
pajaro de metal que cruzas en la profunda
quietud del cielo..

Y te abriste como la boca de un precipicio
y perlada de luz y de sudor
el alba dibujo tenue en tu rostro'
la Aurora de un nuevo dia..
y tus labios se estremecieron y gimieron..
temblaron en el efimero candor
de lo pasajero...
aroma de una rosa .que se disuelve ....

Alzaste el vuelo
una y otra vez
pajaro temerario
de busqueda infinita..
con la constancia de SISIFO
escalaste una y otra vez la roca..
y fuiste espacio y tiempo suspendido..
bebiste el nectar
de mis avidos labios..
entonces se nublaron tus ojos..
y Volabas por instrumentos
y tu cuerpo salpicado de rocio
tallado quedaba como un marmol
preciso que condensaba la pasion..

Volaste entre sueños y utopias
mas alla de la pradera de alamos..
y atrapo tu mirada infinita
la larga noche en tu vuelo de estrellas
apenas desplegada...remontaste cordilleras..
y quisiste ser el alba del dia..
y como un mar sin bordes
y sin simas..
sonaban tus olas.
y se evaporaban tus espumas
en mi playa solitaria..


Aqui estas ahora
prisionera del tiempo
esqueleto de metal sombrio
dormida en el rincon del hangar
apenas un susurro leve
rayo caido del cielo
que el firmamento cruzo
como la estela de un naufragio..

Tenemos cicatrices en el cuerpo
una pasion hirviente
salpicando los brazos y las piernas...
aun me embriaga tu aroma..en la herrumbre del metal
vencido...

Aveces llegabas y el nectar de tus pechos
me hacia olvidar la madrugada..
ahora me llamas o me dejas?

me hablas? o es tu silencio
que me habla del mundo de la carne!!

PUBLICACION DE MIS POEMAS EN LA REVISTA LUNA Y SOL..NUMERO 29

RICARDO LEÓN director de la revista literaria Barranquillera nos ha hecho llegar el siguiente escrito:
Después de intenso carnaval en el que Barranquilla se sumergió de lleno por casi una semana, después de mucho jolgorio y alegría extrema, después de haber disfrutado de los desfiles con sus reinas, comparsas, cumbiambas y disfraces, de mucha parranda y relax, nosotros los dedicados al goce de la lectura y la escritura, por fin hemos podido sacar a la luz pública el número 29 de la revista taller Luna y Sol.

Esta es la lista, en orden de aparación de los escritores y poetas participantes:

Rafael Darío Jiménez (Poema dedicado a Alfredo Correa)
Meira del Mar (Poema dedicado a Raul Gómez Jattin)
Tito Mejía Sarmiento (Poema a María Moñitos)
Marietta Morales Rodríguez (Chile)
Jorge Correa Bellío
Arthur Charlan (España)
Antonio Mora Vélez
Carlos de la Hoz (El berdugo)
Juan Carlos Céspedes (Estopa y fuego)
Yenni Yajaira Pinilla
Rosa María HerreraDina Luz Pardo Olaya
Oscar Flórez Támara
Celso Emiro Montoya Palencia
Oscar Barrios Díaz
Diana Amaya Jinete
María del Carmen España
Emilio Volpe Darling
Libardo Hernández
Lidia Corcione
Franklin Núñez Mercado (Leonsico)
Ricardo león De las Salas Mier (Maria Palito, where are you?
Adelaida Rodríguez Gárnica (La magia de don Pascual y Cuando la pimienta hizo estornudar)
Benilda Claro Alvarez (El conejo Saltarín)
Javier Ramos Sánchez (El grillo Cantor)
María Inés de Moya Fruto
Paoloa Carrascal
Fanny Del Socorro Cure
Saray Contreras Vargas
César Molina Consuegra
Angie Gabrielle
Jorge Laguna Navas
Juan Carlos Steffens
Lexi Brooks Yance
Alex santiago Ripoll
Mayra Alejandra Díaz montes
Elisa Andrea Pérez Díaz
Jorge Isaac Peralta
José Jorge Reyes Schelegel
Nérida Lobo Bolívar
y Ruth Castellar Salah.

La revista esta vez es muy variada tanto en los temas como en los géneros. Incluso, se incluyó el cuento Maria Palito traducido al inglés por el licenciado en Filología y letras Tito Mejía Sarmiento. Así pues, todos aquellos que quieranleer buena poesía, excelentes cuentos y textos es la hora de hacerse siquiera a un ejemplar como aporte a esta noble causa como es la de promover, proyectar y difundir tanto a los ya reconocidos como incipientes talentos que ya hacen parte de este Colectivo.

Agradecidos por su interés y sentido de pertenencia para este y todos los futuros proyectos que estaremos materializando.

Atentamente

Ricardo León De las Salas Mier
Director.

NO ADMITIDOS...

No admitido el desanimo
y la pereza secular
la flojera piel de lagarto
que solo toma el sol
de par en parar..


No admitido los que viven en el odio..
las mascaras de guerreros..
que en sus miedos ocultos..
nos creen una caterba de bencejos..



No admitido...los que no luchan por el amor..
y piensan que la violencia es mejor..
que dialogar..
que la desaparicion..
es mejor...
que debatir
y discutir...
el asesino elimina
a su otro yo..


NO admitido el que se niega
al trabajo comunitario.
el que cree que los bienes publicos..
son de nadie...y hay que saquear la bolsa
por que no habra dolientes...


No admitido no creer en uno mismo..
no desplegar nuestras fuerzas..
no luchar a brazo partido
por el dia de mañana..
Quedarse en la orilla conocida..
y desechar la odisea.......
de nuestros viajes


No admitido no disfrutar
las maravillas de la vida..
no cantar a la aurora que se levanta...
no agradecer el pan en la mesa..
cuando millones de humanos
mueren..
en la fisica pobreza..


No admitido ser un espectador
como las estatuas milenarias..
ante el rio de la vida...
que pasa raudo ante los ojos..
y no bañarse en sus aguas..
y no jugar con sus espumas..
y no reflejarse en sus olas
y remolinos!!..



No admitido los torturadores..
los trituradores de sueños..
los valientes que asesinan niños..
que desaparecen mujeres..
que torturan hombres indefensos...




No admitido el perdon y el olvido
para los crimenes de guerra..la impunidad
para el crimen selectivo,
el asalto a el erario nacional..
el robo de nuestros recursos naturales..
la negacion de la libertad para los de abajo...


No admitido el chanchullo y el soborno..
la mordida en los contratos..
la compra de votos
y los malditos inamovibles...
que permiten que seres humanos
de carne y hueso..
se pudran como una papa
en la selva..
amarrados a sus desgracias infinitas..
a sol y agua...


NO ADMITIDO el desplazamiento forzado..
el robo de las tierras a los campesinos pobres..
el repoblamiento narco..
la patente de corso legal para asesinar inocentes.
el abandono de la educacion publica
y la salud.....



No admitido el silencio complice
con los berdugos.
el abrazo venal con los corruptos..
la apostasia de los traidores!!..
NO ADMITIDOS..

MANUSCRITOS INEDITOS DEL MAESTRO JULIO CORTAZAR...

En la antevíspera de la Navidad de 2006, Aurora Bernárdez, viuda de Julio Cortázar, charlaba en su casa de París con el escritor y crítico Carles Álvarez Garriga. En un momento de la conversación, ella extrajo de una vieja cómoda un puñado de manuscritos y textos mecanografiados. "¿Has leído alguna vez esto?", le preguntó. Aquellas páginas resultaron ser inéditas. Los textos encontrados, junto con otros muchos que habían visto la luz de forma muy dispersa, integran ahora el libro 'Papeles inesperados' que la editorial Alfaguara difundirá en España la próxima semana. Reproducimos uno de los relatos incluidos en ese volumen, así como tres historias recuperadas de cronopios

A mi tocayo De Caro


Historias de cronopios

Julio Cortázar

A FONDO
Nacimiento: 26-08-1914 Lugar: Bruselas

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A mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron

El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo

Me pareció penoso que el venerable maestro catalán Pablo Casals insistiera en una rebaja del 20% o del 15%
Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo buen cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos. Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Paganini. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.

Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando las carteleras averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (¿pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte?) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos pera pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.

Su secretario me recibió dos días después, y como no desprecio a nadie acepté una pequeña demostración en privado, no sin dejar en claro que las condiciones especiales de la prueba podían influir en el resultado. Como Ricci se negaba a verme, cosa que no dejé de agradecerle, se convino en que permanecería en su habitación del hotel, y que yo me instalaría en la antecámara, junto al secretario. Disimulando la ansiedad de todo novicio, me senté en un sofá y escuché un rato. Después toqué el hombro del secretario y pensé en mi tía. En la estancia contigua se oyó una maldición en excelente norteamericano, y tuve el tiempo preciso de salir por una puerta antes de que una tromba humana entrara por la otra armada de un Stradivarius del que colgaba una cuerda.

Quedamos en que serían mil dólares mensuales, que se depositarían en una discreta cuenta de banco que tenía la intención de abrir con el producto de la primera entrega. El secretario, que me llevó el dinero al hotel, no disimuló que haría todo lo posible por contrarrestar lo que calificó de odiosa maquinación. Opté por el silencio y por guardarme el dinero, y esperé la segunda entrega. Cuando pasaron dos meses sin que el banco me notificara del depósito, tomé el avión para Casablanca a pesar de que el viaje me costaba gran parte de la primera entrega. Creo que esa noche mi triunfo quedó definitivamente certificado, porque mi carta al secretario contenía las precisiones suficientes y nadie es tan tonto en este mundo. Pude volver a París y dedicarme concienzudamente a Isaac Stern, que iniciaba su tournée francesa. Al mes siguiente fui a Londres y tuve una entrevista con el empresario de Nathan Milstein y otra con el secretario de Arthur Grumiaux. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo; en menos de seis meses se sumaron a mi lista Zino Francescatti, Yehudi Menuhin, Ricardo Odnoposoff, Christian Ferras, Ivry Gitlis y Jascha Heifetz. Fracasé parcialmente con Leonid Kogan y con los dos Oistrakh, pues me demostraron que sólo estaban en condiciones de pagar en rublos, pero por la dudas quedamos en que me depositarían las cuotas en Moscú y me enviarían los debidos comprobantes. No pierdo la esperanza, si los negocios me lo permiten, de afincarme por un tiempo en la Unión Soviética y apreciar las bellezas de su música.

Como es natural, teniendo en cuenta que el número de violinistas famosos es muy limitado, hice algunos experimentos colaterales. El violoncelo respondió de inmediato al recuerdo de mi tía, pero el piano, el arpa y la guitarra se mostraron indiferentes. Tuve que dedicarme exclusivamente a los arcos, y empecé mi nuevo sector de clientes con Gregor Piatigorsky, Gaspar Cassadó y Pierre Michelin. Después de ajustar mi trato con Pierre Fournier, hice un viaje de descanso al festival de Prades donde tuve una conversación muy poco agradable con Pablo Casals. Siempre he respetado la vejez, pero me pareció penoso que el venerable maestro catalán insistiera en una rebaja del veinte por ciento o, en el peor de los casos, del quince. Le acordé un diez por ciento a cambio de su palabra de honor de que no mencionaría la rebaja a ningún colega, pero fui mal recompensado porque el maestro empezó por no dar conciertos durante seis meses, y como era previsible no pagó ni un centavo. Tuve que tomar otro avión, ir a otro festival. El maestro pagó. Esas cosas me disgustaban mucho.

En realidad yo debería consagrarme ya al descanso puesto que mi cuenta de banco crece a razón de 17.900 dólares mensuales, pero la mala fe de mis clientes es infinita. Tan pronto se han alejado a más de dos mil kilómetros de París, donde saben que tengo mi centro de operaciones, dejan de enviarme la suma convenida. Para gentes que ganan tanto dinero hay que convenir en que es vergonzoso, pero nunca he perdido tiempo en recriminaciones de orden moral. Los Boeing se han hecho para otra cosa, y tengo buen cuidado de refrescar personalmente la memoria de los refractarios. Estoy seguro de que Heifetz, por ejemplo, ha de tener muy presente cierta noche en el teatro de Tel Aviv, y que Francescatti no se consuela del final de su último concierto en Buenos Aires. Por su parte, sé que hacen todo lo posible por liberarse de sus obligaciones, y nunca me he reído tanto como al enterarme del consejo de guerra que celebraron el año pasado en Los Ángeles, so pretexto de la descabellada invitación de una heredera californiana atacada de melomanía megalómana. Los resultados fueron irrisorios pero inmediatos: la policía me interrogó en París sin mayor convicción. Reconocí mi calidad de aficionado, mi predilección por los instrumentos de arco, y la admiración hacia los grandes virtuosos que me mueve a recorrer el mundo para asistir a sus conciertos. Acabaron por dejarme tranquilo, aconsejándome en bien de mi salud que cambiara de diversiones; prometí hacerlo, y días después envié una nueva carta a mis clientes felicitándolos por su astucia y aconsejándoles el pago puntual de sus obligaciones. Ya por ese entonces había comprado una casa de campo en Andorra, y cuando un agente desconocido hizo volar mi departamento de París con una carga de plástico, lo celebré asistiendo a un brillante concierto de Isaac Stern en Bruselas -malogrado ligeramente hacia el final- y enviándole unas pocas líneas a la mañana siguiente. Como era previsible, Stern hizo circular mi carta entre el resto de la clientela, y me es grato reconocer que en el curso del último año casi todos ellos han cumplido como caballeros, incluso en lo que se refiere a la indemnización que exigí por daños de guerra.

A pesar de las molestias que me ocasionan los recalcitrantes, debo admitir que soy feliz; incluso su rebeldía ocasional me permite ir conociendo el mundo, y siempre le estaré agradecido a Menuhin por un atardecer maravilloso en la bahía de Sydney. Creo que hasta mis fracasos me han ayudado a ser dichoso, pues si hubiera podido sumar entre mis clientes a los pianistas, que son legión, ya no habría tenido un minuto de descanso. Pero he dicho que fracasé con ellos y también con los directores de orquesta. Hace unas semanas, en mi finca de Andorra, me entretuve en hacer una serie de experimentos con el recuerdo de mi tía, y confirmé que su poder sólo se ejerce en aquellas cosas que guardan alguna analogía -por absurda que parezca- con los violines. Si pienso en mi tía mientras estoy mirando volar a una golondrina, es fatal que ésta gire en redondo, pierda por un instante el rumbo, y lo recobre después de un esfuerzo. También pensé en mi tía mientras un artista trazaba rápidamente un croquis en la plaza del pueblo, con líricos vaivenes de la mano. La carbonilla se le hizo polvo entre los dedos, y me costó disimular la risa ante su cara estupefacta. Pero más allá de esas secretas afinidades... En fin, es así. Y nada que hacer con los pianos.

Ventajas del narcisismo: acaban de anunciar que llegaremos dentro de un cuarto de hora, y al final resulta que lo he pasado muy bien escribiendo estas páginas que destruiré como siempre antes del aterrizaje. Lamento tener que mostrarme tan severo con Milstein, que es un artista admirable, pero esta vez se requiere un escarmiento que siembre el espanto entre la clientela. Siempre sospeché que Milstein me creía un estafador, y que mi poder no era para él otra cosa que el efímero resultado de la sugestión. Me consta que ha tratado de convencer a Grumiaux y a otros de que se rebelen abiertamente. En el fondo proceden como niños, y hay que tratarlos de la misma manera, pero esta vez la corrección será ejemplar. Estoy dispuesto a estropearle el concierto a Milstein desde el comienzo; los otros se enterarán con la mezcla de alegría y de horror propia de su gremio, y pondrán el violín en remojo por así decirlo.

Ya estamos llegando, el avión inicia su descenso. Desde la cabina de comando debe ser impresionante ver cómo la tierra parece enderezarse amenazadoramente Me imagino que a pesar de su experiencia, el piloto debe estar un poco crispado, con las manos aferradas al timón. Sí, era un sombrero rosa con volados, a mi tía le quedaba tan


Historias de cronopios
Tres aventuras de los personajes creados por Julio Cortázar.

Vialidad

Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto. Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.

-¿No sabe manejar, usted? -grita el vigilante.

El cronopio lo mira un momento, y luego pregunta:

-¿Usted quién es?

El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.

-¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?

-Yo veo un uniforme de vigilante -explica el cronopio muy afligido-. Usted está dentro del uniforme pero el uniforme no me dice quién es usted.

El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz, de manera que no le pega y se va adelante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse. (1952)

Almuerzos

En el restaurante de los cronopios pasan estas cosas, a saber que un fama pide con gran concentración un bife con papas fritas, y se queda deunapieza cuando el cronopio camarero le pregunta cuántas papas fritas quiere.

-¿Cómo cuántas? -vocifera el fama-. ¡Usted me trae papas fritas y se acabó, qué joder!

-Es que aquí las servimos de a siete, treinta y dos, o noventa y ocho -explica el cronopio.

El fama medita un momento, y el resultado de su meditación consiste en decirle al cronopio:

-Vea, mi amigo, váyase al carajo.

Para inmensa sorpresa del fama, el cronopio obedece instantáneamente, es decir que desaparece como si se lo hubiera bebido el viento. Por supuesto el fama no llegará a saber jamás dónde queda el tal carajo, y el cronopio probablemente tampoco, pero en todo caso el almuerzo dista de ser un éxito. (1952-1956)

'Never stop the press'

Un fama trabajaba tanto en el ramo de la yerba mate que-no-le-quedaba-tiempo-

para-nada. Así este fama languidecía por momentos, y alzando-los-ojos-al-cielo exclamaba con frecuencia: "¡Cuán sufro! ¡Soy la víctima del trabajo, y aunque ejemplo de laboriosidad, mi-vida-es-un-martirio!".

Enterado de su congoja, una esperanza que trabajaba de mecanógrafo en el despacho del fama se permitió dirigirse al fama, diciéndole así:

-Buenas salenas fama fama. Si usted incomunicado causa trabajo, yo solución bolsillo izquierdo saco ahora mismo.

El fama, con la amabilidad característica de su raza, frunció las cejas y estiró la mano. ¡Oh milagro! Entre sus dedos quedó enredado el mundo y el fama ya no tuvo motivos para quejarse de su suerte. Todas las mañanas venía la esperanza con una nueva ración de milagro y el fama, instalado en su sillón, recibía una declaración de guerra, y/o una declaración de paz, un buen crimen, una vista escogida del Tirol y/o de Bariloche y/o de Porto Alegre, una novedad en motores, un discurso, una foto de una actriz y/o de un actor, etc. Todo lo cual le costaba diez guitas, que no es mucha plata para comprarse el mundo.

(c 1955)

sábado, 23 de mayo de 2009

MADAME BOVERY DE GUSTAVE FLAUBERT-Capitulo Primero..

MADAME BOVERY
Gustave Flaubert

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO PRIMERO

Estábamos en la sala de estudio cuando entró el director, seguido de un «novato» con atuendo pueblerino y de un celador cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron, y todos se fueron poniendo de pie como si los hubieran sorprendido en su trabajo.

El director nos hizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, dirigiéndose al prefecto de estudios, le dijo a media voz:

-Señor Roger, aquí tiene un alumno que le recomiendo, entra en quinto. Si por su aplicación y su conducta lo merece, pasará a la clase de los mayores, como corresponde a su edad.

El «novato», que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de modo que apenas se le veía, era un mozo del campo, de unos quince años, y de una estatura mayor que cualquiera de nosotros. Llevaba el pelo cortado en flequillo como un sacristán de pueblo, y parecía formal y muy azorado. Aunque no era ancho de hombros, su chaqueta de paño verde con botones negros debía de molestarle en las sisas, y por la abertura de las bocamangas se le veían unas muñecas rojas de ir siempre remangado. Las piernas, embutidas en medias azules, salían de un pantalón amarillento muy estirado por los tirantes. Calzaba zapatones, no muy limpios, guarnecidos de clavos.

Comenzaron a recitar las lecciones. El muchacho las escuchó con toda atención, como si estuviera en el sermón, sin ni siquiera atreverse a cruzar las piernas ni apoyarse en el codo, y a las dos, cuando sonó la campana, el prefecto de estudios tuvo que avisarle para que se pusiera con nosotros en la fila.

Teníamos costumbre al entrar en clase de tirar las gorras al suelo para tener después las manos libres; había que echarlas desde el umbral para que cayeran debajo del banco, de manera que pegasen contra la pared levantando mucho polvo; era nuestro estilo.

Pero, bien porque no se hubiera fijado en aquella maniobra o porque no quisiera someterse a ella, ya se había terminado el rezo y el «novato» aún seguía con la gorra sobre las rodillas. Era uno de esos tocados de orden compuesto, en el que se encuentran reunidos los elementos de la gorra de granadero, del chapska, del sombrero redondo, de la gorra de nutria y del gorro de dormir; en fin, una de esas pobres cosas cuya muda fealdad tiene profundidades de expresión como el rostro de un imbécil. Ovoide y armada de ballenas, comenzaba por tres molduras circulares; después se alternaban, separados por una banda roja, unos rombos de terciopelo con otros de pelo de conejo; venía después una especie de saco que terminaba en un polígono acartonado, guarnecido de un bordado en trencilla complicada, y de la que pendía, al cabo de un largo cordón muy fino, un pequeño colgante de hilos de oro, como una bellota. Era una gorra nueva y la visera relucía.

-Levántese -le dijo el profesor.

El «novato» se levantó; la gorra cayó al suelo. Toda la clase se echó a reír.

Se inclinó para recogerla. El compañero que tenía al lado se la volvió a tirar de un codazo, él volvió a recogerla.

-Deje ya en paz su gorra -dijo el profesor, que era hombre de chispa.

Los colegiales estallaron en una carcajada que desconcertó al pobre muchacho, de tal modo que no sabía si había que tener la gorra en la mano, dejarla en el suelo o ponérsela en la cabeza. Volvió a sentarse y la puso sobre las rodillas.

-Levántese -le ordenó el profesor`, y dígame su nombre.

El «novato», tartajeando, articuló un nombre ininteligible:

-¡Repita!

Se oyó el mismo tartamudeo de sílabas, ahogado por los abucheos de la clase. «¡Más alto!», gritó el profesor, «¡más alto!».

El «novato», tomando entonces una resolución extrema, abrió una boca desmesurada, y a pleno pulmón, como para llamar a alguien, soltó esta palabra: Charbovari.

Súbitamente se armó un jaleo, que fue in crescendo, con gritos agudos (aullaban, ladraban, pataleaban, repetían a coro: ¡Charbovari, Charbovari!) que luego fue rodando en notas aisladas, y calmándose a duras penas, resurgiendo a veces de pronto en algún banco donde estallaba aisladamente, como un petardo mal apagado, alguna risa ahogada.

Sin embargo, bajo la lluvia de amenazas, poco a poco se fue restableciendo el orden en la clase, y el profesor, que por fin logró captar el nombre de Charles Bovary, después de que éste se lo dictó, deletreó y releyó, ordenó inmediatamente al pobre diablo que fuera a sentarse en el banco de los desaplicados al pie de la tarima del profesor.

El muchacho se puso en movimiento, pero antes de echar a andar, vaciló.

-¿Qué busca? -le preguntó el profesor.

-Mi go... -repuso tímidamente el «novato», dirigiendo miradas inquietas a su alrededor.

-¡Quinientos versos a toda la clase! -pronunciado con voz furiosa, abortó, como el Quos ego una nueva borrasca. ¡A ver si se callan de una vez! -continuó indignado el profesor, mientras se enjugaba la frente con un pañuelo que se había sacado de su gorro-: y usted, «el nuevo», me va a copiar veinte veces el verbo ridiculus sum.

Luego, en tono más suave:

-Ya encontrará su gorra: no se la han robado.

Todo volvió a la calma. Las cabezas se inclinaron sobre las carpetas, y el «novato» permaneció durante dos horas en una compostura ejemplar, aunque, de vez en cuando, alguna bolita de papel lanzada desde la punta de una pluma iba a estrellarse en su cara. Pero se limpiaba con la mano y permanecía inmóvil con la vista baja.

Por la tarde, en el estudio, sacó sus manguitos del pupitre, puso en orden sus cosas, rayó cuidadosamente el papel. Le vimos trabajar a conciencia, buscando todas las palabras en el diccionario y haciendo un gran esfuerzo. Gracias, sin duda, a la aplicación que demostró, no bajó a la clase inferior, pues, si sabía bastante bien las reglas, carecía de elegancia en los giros. Había empezado el latín con el cura de su pueblo, pues sus padres, por razones de economía, habían retrasado todo lo posible su entrada en el colegio.

Su padre, el señor Charles-Denis-Bartholomé Bovary, antiguo ayudante de capitán médico, comprometido hacia 1812 en asuntos de reclutamiento y obligado por aquella época a dejar e1 servicio, aprovechó sus prendas personales para cazar al vuelo una dote de setenta mil francos que se le presentaba en la hija de un comerciante de géneros de punto, enamorada de su tipo. Hombre guapo, fanfarrón, que hacía sonar fuerte sus espuelas, con unas patillas unidas al bigote, los dedos llenos de sortijas, tenía el sire de un valentón y la vivacidad desenvuelta de un viajante de comercio. Ya casado, vivió dos o tres años de la fortuna de su mujer, comiendo bien, levantándose tarde, fumando en grandes pipas de porcelana, y por la noche no regresaba a casa hasta después de haber asistido a los espectáculos y frecuentado los cafés. Murió su suegro y dejó poca cosa; el yerno se indignó y se metió a fabricante, perdió algún dinero, y luego se retiró al campo donde quiso explotar sus tierras. Pero, como entendía de agricultura tanto como de fabricante de telas de algodón, montaba sus caballos en lugar de enviarlos a labrar, bebía la sidra de su cosecha en botellas en vez de venderla por barricas, se comía las más hermosas aves de su corral y engrasaba sus botas de caza con tocino de sus cerdos, no tardó nada en darse cuenta de que era mejor abandonar toda especulación.

Por doscientos francos al año, encontró en un pueblo, en los confines del País de Caux, y de la Picardía, para alquilar una especie de vivienda, mitad granja, mitad casa señorial; y despechado, consumido de pena, envidiando a todo el mundo, se encerró a los cuarenta y cinco años, asqueado de los hombres, decía, y decidido a vivir en paz.

Su mujer, en otro tiempo, había estado loca por él; lo había amado con mil servilismos, que le apartaron todavía más de ella.

En otra época jovial, expansiva y tan enamorada, se había vuelto, al envejecer, como el vino destapado que se convierte en vinagre, de humor difícil, chillona y nerviosa. ¡Había sufrido tanto, sin quejarse, al principio, cuando le veía correr detrás de todas las mozas del pueblo y regresar de noche de veinte lugares de perdición, hastiado y apestando a vino! Después, su orgullo se había rebelado. Entonces se calló tragándose la rabia en un estoicismo mudo que guardó hasta su muerte.

Siempre andaba de compras y de negocios. Iba a visitar a los procuradores, al presidente de la audiencia, recordaba el vencimiento de las letras, obtenía aplazamientos, y en casa planchaba, cosía, lavaba, vigilaba los obreros, pagaba las cuentas, mientras que, sin preocuparse de nada, el señor, continuamente embotado en una somnolencia gruñona de la que no se despertaba más que para decirle cosas desagradables, permanecía fumando al lado del fuego, escupiendo en las cenizas.

Cuando tuvo un niño, hubo que buscarle una nodriza. Vuelto a casa, el crío fue mimado como un príncipe. Su madre lo alimentaba con golosinas; su padre le dejaba corretear descalzo, y para dárselas de filósofo, decía que incluso podía muy bien ir completamente desnudo, como las crías de los animales. Contrariamente a las tendencias maternas, él tenía en la cabeza un cierto ideal viril de la infancia según el cual trataba de formar a su hijo, deseando que se educase duramente, a la espartana, para que adquiriese una buena constitución. Le hacía acostarse en una cama sin calentar, le daba a beber grandes tragos de ron y le enseñaba a hacer burla de las procesiones. Pero de naturaleza apacible, el niño respondía mal a los esfuerzos paternos. Su madre le llevaba siempre pegado a sus faldas, le recortaba figuras de cartón, le contaba cuentos, conversaba con él en monólogos interminables, llenos de alegrías melancólicas y de zalamerías parlanchinas. En la soledad de su vida, trasplantó a aquella cabeza infantil todas sus frustraciones. Soñaba con posiciones elevadas, le veía ya alto, guapo, inteligente, situado, ingeniero de caminos, canales y puertos o magistrado. Le enseñó a leer a incluso, con un viejo piano que tenía, aprendió a cantar dos o tres pequeñas romanzas. Pero a todo esto el señor Bovary, poco interesado por las letras, decía que todo aquello no valía la pena.

¿Tendrían algún. día con qué mantenerle en las escuelas del estado, comprarle un cargo o un traspaso de una tienda? Por otra parte, un hombre con tupé triunfa siempre en el mundo. La señora Bovary se mordía los labios mientras que el niño andaba suelto por el pueblo.

Se iba con los labradores y espantaba a terronazos los cuervos que volaban. Comía moras a lo largo de las cunetas, guardaba los pavos con una vara, segaba las mieses, corría por el bosque, jugaba a la rayuela en el pórtico de la iglesia y en las grandes fiestas pedía al sacristán que le dejase tocar las campanas, para colgarse con todo su peso de la cuerda grande y sentirse transportado por ella en su vaivén.

Así creció como un roble, adquiriendo fuertes manos y bellos colores.

A los doce años, su madre consiguió que comenzara sus estudios. Encargaron de ellos al cura. Pero las lecciones eran tan cortas y tan mal aprovechadas, que no podían servir de gran cosa. Era en los momentos perdidos cuando se las daba, en la sacristía, de pie, deprisa, entre un bautizo y un entierro; o bien el cura mandaba buscar a su alumno después del Ángelus, cuando no tenía que salir. Subían a su cuarto, se instalaban los dos juntos: los moscardones y las mariposas nocturnas revoloteaban alrededor de la luz. Hacía calor, el chico se dormía, y el bueno del preceptor, amodorrado, con las manos sobre el vientre, no tardaba en roncar con la boca abierta. Otras veces, cuando el señor cura, al regresar de llevar el Viático a un enfermo de los alrededores, veía a Carlos vagando por el campo, le llamaba, le sermoneaba un cuarto de hora y aprovechaba la ocasión para hacerle conjugar un verbo al pie de un árbol. Hasta que venía a interrumpirles la lluvia o un conocido que pasaba. Por lo demás, el cura estaba contento de su discípulo e incluso decía que tenía buena memoria.

Carlos no podía quedarse así. La señora Bovary tomó una decisión. Avergonzado, o más bien cansado, su marido cedió sin resistencia y se aguardó un año más hasta que el chico hiciera la Primera Comunión.

Pasaron otros seis meses, y al año siguiente, por fin, mandaron a Carlos al Colegio de Rouen, adonde le llevó su padre en persona, a finales de octubre, por la feria de San Román.

Hoy ninguno de nosotros podría recordar nada de él. Era un chico de temperamento moderado, que jugaba en los recreos, trabajaba en las horas de estudio, estaba atento en clase, dormía bien en el dormitorio general, comía bien en el refectorio. Tenía por tutor a un ferretero mayorista de la calle Ganterie, que le sacaba una vez al mes, los domingos, después de cerrar su tienda, le hacía pasearse por el puerto para ver los barcos y después le volvía a acompañar al colegio, antes de la cena. Todos los jueves por la noche escribía una larga carta a su madre, con tinta roja y tres lacres; después repasaba sus apuntes de historia, o bien un viejo tomo de Anacharsis que andaba por la sala de estudios. En el paseo charlaba con el criado, que era del campo como él.

A fuerza de aplicación, se mantuvo siempre hacia la mitad de la clase; una vez incluso ganó un primer accéssit de historia natural. Pero, al terminar el tercer año, sus padres le retiraron del colegio para hacerle estudiar medicina, convencidos de que podía por sí solo terminar el bachillerato.

Su madre le buscó una habitación en un cuarto piso, que daba a l'Eau-de-Robec, en casa de un tintorero conocido. Ultimó los detalles de la pensión, se procuró unos muebles, una mesa y dos sillas, mandó buscar a su casa una vieja cama de cerezo silvestre y compró además una pequeña estufa de hierro junto con la leña necesaria para que su pobre hijo se calentara. Al cabo de una semana se marchó, después de hacer mil recomendaciones a su hijo para que se comportase bien, ahora que iba a «quedarse solo».

El programa de asignaturas que leyó en el tablón de anuncios le hizo el efecto de un mazazo: clases de anatomía, patología, fisiología, farmacia, química, y botánica, y de clínica y terapéutica, sin contar la higiene y la materia médica, nombres todos cuyas etimologías ignoraba y que eran otras tantas puertas de santuarios llenos de augustas tinieblas.

No se enteró de nada de todo aquello por más que escuchaba, no captaba nada. Sin embargo, trabajaba, tenía los cuadernos forrados, seguía todas las clases, no perdía una sola visita. Cumplía con su tarea cotidiana como un caballo de noria que da vueltas con los ojos vendados sin saber lo que hace.

Para evitarle gastos, su madre le mandaba cada semana, por el recadero, un trozo de ternera asada al horno, con lo que comía a mediodía cuando volvía del hospital dando patadas a la pared. Después había que salir corriendo para las lecciones, al anfiteatro, al hospicio, y volver a casa recorriendo todas las calles. Por la noche, después de la frugal cena de su patrón, volvía a su habitación y reanudaba su trabajo con las ropas mojadas que humeaban sobre su cuerpo delante de la estufa al rojo.

En las hermosas tardes de verano, a la hora en que las calles tibias están vacías, cuando las criadas juegan al volante en el umbral de las puertas, abría la ventana y se asomaba. El río que hace de este barrio de Rouen como una innoble pequeña Venecia, corría allá abajo, amarillo, violeta, o azul, entre puentes, y algunos obreros agachados a la orilla se lavaban los brazos en el agua.

De lo alto de los desvanes salían unas varas de las que colgaban madejas de algodón puestas a secar al aire. Enfrente, por encima de los tejados, se extendía el cielo abierto y puro, con el sol rojizo del ocaso. ¡Qué bien se debía de estar allí! ¡Qué frescor bajo el bosque de hayas! Y el muchacho abría las ventanas de la nariz para aspirar los buenos olores del campo, que no llegaban hasta él.

Adelgazó, creció y su cara tomó una especie de expresión doliente que le hizo casi interesante.

Naturalmente, por pereza, llegó a desligarse de todas las resoluciones que había tomado. Un día faltó a la visita, al siguiente a clase, y saboreando la pereza poco a poco, no volvió más.

Se aficionó a la taberna con la pasión del dominó. Encerrarse cada noche en un sucio establecimiento público, para golpear sobre mesas de mármol con huesecitos de cordero marcados con puntos negros, le parecía un acto precioso de su libertad que le aumentaba su propia estimación. Era como la iniciación en el mundo, el acceso a los placeres prohibidos, y al entrar ponía la mano en el pomo de la puerta con un goce casi sensual.

Entonces muchas cosas reprimidas en él se liberaron; aprendió de memoria coplas que cantaba en las fiestas de bienvenida. Se entusiasmó por Béranger, aprendió también a hacer ponche y conoció el amor.

Gracias a toda esa actuación, fracasó por completo en su examen de «oficial de sanidad». Aquella misma noche le esperaban en casa para celebrar su éxito.

Marchó a pie y se detuvo a la entrada del pueblo, donde mandó a buscar a su madre, a quien contó todo. Ella le consoló, achacando el suspenso a la injusticia de los examinadores, y le tranquilizó un poco encargándose de arreglar las cosas. Sólo cinco años después el señor Bovary supo la verdad; como ya había pasado mucho tiempo, la aceptó, ya que no podía suponer que un hijo suyo fuese un tonto.

Carlos volvió al trabajo y preparó sin interrupción las materias de su examen cuyas cuestiones se aprendió previamente de memoria. Aprobó con bastante buena nota. ¡Qué día tan feliz para su madre! Hubo una gran cena.

¿Adónde iría a ejercer su profesión? A Tostes. Allí no había más que un médico ya viejo. Desde hacía mucho tiempo la señora Bovary esperaba su muerte, y aún no se había ido al otro barrio el buen señor cuando Carlos estaba establecido frente a su antecesor.

Pero la misión de la señora Bovary no terminó con haber criado a su hijo, haberle hecho estudiar medicina y haber descubierto Tostes para ejercerla: necesitaba una mujer. Y le buscó una: la viuda de un escribano de Dieppe, que tenía cuarenta y cinco años y mil doscientas libras de renta.

Aunque era fea, seca como un palo y con tantos granos en la cara como brotes en una primavera, la verdad es que a la señora Dubuc no le faltaban partidos para escoger. Para conseguir su propósito, mamá Bovary tuvo que espantarlos a todos, y desbarató muy hábilmente las intrigas de un chacinero que estaba apoyado por los curas.

Carlos había vislumbrado en el matrimonio la llegada de una situación mejor, imaginando que sería más libre y que podría disponer de su persona y de su dinero. Pero su mujer fue el ama; delante de todo el mundo él tenía que decir esto, no decir aquello, guardar abstinencia los viernes, vestirse como ella quería, apremiar, siguiendo sus órdenes, a los clientes morosos. Ella le abría las cartas, le seguía los pasos y le escuchaba a través del tabique dar sus consultas cuando tenía mujeres en su despacho.

Había que servirle su chocolate todas las mañanas, y necesitaba cuidados sin fin. Se quejaba continuamente de los nervios, del pecho, de sus humores. El ruido de pasos le molestaba; si se iban, no podía soportar la soledad; volvían a su lado y era para verla morir, sin duda. Por la noche, cuando Carlos regresaba a su casa, sacaba por debajo de sus ropas sus largos brazos flacos, se los pasaba alrededor del cuello y haciéndole que se sentara en el borde de la cama se ponía a hablarle de sus penas: ¡la estaba olvidando, amaba a otra! Ya le habían advertido que sería desgraciada; y terminaba pidiéndole algún jarabe para su salud y un poco más de amor.

Chapska: Tocado de origen polaco con que se cubrían los lanceros del Segundo Imperio.

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Madame Bovary

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ELCICLISTA DEL SAN CRISTOBAL DE ANTONIO SKARMETA

El ciclista del San Cristobal
"...y abatirme tanto, tanto, que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance..."

-San Juan De La Cruz-

El ciclista del San Cristóbal
"...y abatirme tanto, tanto, que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza
alcance..."
-San Juan de la Cruz

Además era el día de mi cumpleaños. Desde el balcón de la Alameda vi cruzar
parsimoniosamente el cielo ese Sputnik ruso del que hablaron tanto los
periódicos y no tomé ni así tanto porque al día siguiente era la primera prueba
de ascención de la temporada y mi madre estaba enferma en una pieza que no sería
más grande que un closet. No me quedaba más que pedalear en el vacío con la nuca
contra las baldosas para que la carne se me endureciera con firmeza y pudiera patear
mañana los pedales con ese estilo mío al que le dedicaron un artículo en
"Estadio". Mientras mamá levitaba por la fiebre, comencé a pasearme por los
pasillos consumiendo de a migaja los queques que me había regalado la tía
Margarita, apartando acuciosamente los trozos de fruta confitada con la puntita de la lengua y escupiéndolos por un costado que era una inmundicia. Mi viejo
salía cada cierto tiempo a probar el ponche, pero se demoraba cada vez cinco
minutos en revolverlo, y suspiraba, y después le metía picotones con los dedos a
las presas de duraznos que flotaban como naufragos en la mezcla de blanco
barato, y pisco, y orange, y panimavida.
Los dos necesitábamos cosas que apuraran la noche y trajeran urgente la mañana.
Yo me propuse suspender la gimnasia y lustrame los zapatos; el viejo le daba
vueltas a la guía con la probable idea de llamar una ambulancia, y el cielo estaba
despejado, y la noche muy cálida, y mamá decía entre sueños "estoy
incendiándome", no tan débil como para que no lo oyéramos por entre la puerta
abierta.
Pero esa era una noche tiesa de mechas. No aflojaba un ápice la crestona. Pasar
la vista por cada estrella era lo mismo que contar cactus en un desierto, que
morderse hasta sangrar las cutículas, que leer una novela de Dostoiewsky.
Entonces papá entraba a la pieza y le repetía a la oreja de mi madre los mismos
argumentos inverosímiles, que la inyección le bajaría la fiebre, que ya
amanecía, que el doctor iba a pasar bien temprano de mañana antes de irse de
pesca a Cartagena.
Por último le argumentamos trampas a la oscuridad. Nos valimos de una cosa
lechosa que tiene el cielo cuando está trasnochado y quisimos confundirla con la
madrugada (si me apuraban un poco hubiera podido distinguir en pleno centro
algún gallo cacareando).
Podría ser cualquier hora entre las tres y las cuatro cuando entré a la cocina a
preparar el desayuno. COmo si estuvieran concertados, el pitido de la tetera y
los gritos de mis madre se fueron intensificando. Papá apareció en el marco de
la puerta.
-No me atrevo a entrar -dijo.
Estaba gordo y pálido y la camisa le chorreaba simplemente. Alcanzamos a oír a
mamá diciendo: que venga el médico.
-Dijo que pasaría a primera hora en la mañana- repitió por quinta vez mi viejo.
Yo me había quedado fascinado con los brincos que iba dando la tapa sobre las
patadas del vapor.
-Va a morirse-dije.
Papá comenzó a palparse los bolsillos de todo el cuerpo. Señal que quería fumar.
Ahora le costaría una barbaridad hallarlos y luego pasaría lo mismo con los
fósforos y entonces yo tendría que encendérselo en el gas.
-¿Tú crees?
Abrí las cejas así tanto, y suspiré.
-Pásame que te encienda el cigarrillo.
Al aproximarse a la llama, noté confundido que el fuego no me dañaba la nariz
como todas las otras veces. Extendí el cigarro a mi padre, sin dar vuelta la
cabeza, y conscientemente puse el meñique sobre el pequeño manojo de fuego. Era
lo mismo que nada. Pensé: se me murió este dedo o alfo, pero uno no podía pensar
en la muerte de un dedo sin reírse un poco, de modo que extendí toda la palma y
esta vez toqué con las yemas las cañerías del gas, cada uno de sus orificios,
revolviendo las raíces mismas de las llamas. Papá se paseaba entre los extremos
del pasillo cuidando de echarse toda la ceniza sobre la solapa, de llanarse los
bigotes de mota de tabaco. Aproveché para llevar la cosa un poco más adelante, y
puse a tostar mis muñecas, y luego los codos, y después otra vez todos los
dedos. Apagué el gas, le eché un poco de escupito a las manos, que las sentía
secas, y llevé hasta el comedor la cesta con pan viejo, la mermelada en tarro,
un paquete flamante de mantequilla.
Cuando papá se sentó a la mesa, yo debía haberme puesto a llorar. Con el cuello
torcido, hundió la vista en el café amargo como si allí estuviera concentrada la
resignación del planeta, y entonces dijo algo, pero no alcancé a oirlo, porque
más bien parecía sostener un incrédulo diálogo con algo íntimo, un riñón por
ejemplo, o un fémur. Después se metió la mano por la camisa abierta y se mesó el
ensamble de pelos que le enredaban el pecho. En la mesa había una cesta de
ciruelas, damascos y duraznos un poco machucados. Durante un momento las frutas
permanecieron vírgenes y acunadas, y yo me puse a mirar a la pared como si me
estuvieran pasando una película o algo. Por último agarré un prisco y me lo
froté sobre la solapa hasta sacarle un brillo harto pasable. El viejo nada más
que por contagio levantó una ciruela.
-La vieja va a morirse-dijo
Me sobé fuertemente el cuello. Ahora estaba dando vueltas al hecho de que no me
hubiera quemado. Con la lengua le lamí los conchos al cuesco y con las manos
comencé a apretar las migas sobre la mesa, y las fui arrejuntando en montoncitos,
y luego las disparaba con el índice entre la taza y la panera. En el mismo
instante que tiraba el cuesco contra un pómulo y me imaginaba que tenía manso
cocho en la muela poniendo cara de circunstancia, creí descubrir el sentido de
por qué me había puesto incombustible si puede decirse. La cosa no era muy clara,
pero tenía la misma evidencia que hace pronosticar una lluvia cuando el
queltehue se viene soplando fuerte: si mamá iba a morirse, yo también tendría
que emigrar del planeta. Lo del fuego era como una sinopsis de una película de
miedo, o a lo mejor era puro bla-bla mío, y lo único que pasaba era que las idas
al biógrafo me habían enviciado.
Miré a papá, y cuando iba a contárselo, apretó delante de los ojos sus
mofletudas palmas hasta hacer el espacio entre ellas impenetrable.
-Vivirá-dije- Uno se asusta con la fiebre.
-Es como la defensa del cuerpo.
Carraspeé.
-Si gano la carrera tendremos plata. La podríamos meter en una clínica pasable.
-Si acaso no se muere.
Escupí sobre el hombro el cuesco lijadito de tanto menearlo. El viejo se alentó
a pegarle un mordiscón a un durazno harto potable. Oímos a mamá quejarse en la
pieza, esta vez sin palabras. De tres tragadas acabé con el café, casi
reconfortado que me hiriera el paladar. Me eché una marraquetada al bolsillo, y
al levantarse el pelotón de migas fue a refrescarse en una especie de pocilla de
vino sólo en apariencia fresca, porque desde que mamá estaba en cama las
manchas en el mantelito duraban de a mes, pidiendo por la bajo.
Adopté un tono casual para despedirme, medio agringado dijéramos.
-Me voy.
Por toda repuesta, papa torció el cuello y aquilató la noche.
-¿A qué hora es la carrera? -preguntó, sorbiendo un poco del café.
Me sentí un cerdo, y no precisamente de esos giles simpáticos que salen en las
historietas.
-A las nueve. Voy a hacer un poco de pre-calentamiento.
Saqué del bosillo las horquetas para sujetarme las bastillas y agarré de un
tirón la bolsa con el equipo. Simultáneamente estaba tarareando un disco de Los
Beatles, uno de esos sicodélicos.
-Tal vez te convendría dormir un poco- sugirió papá-. Hace ya dos noches que...
-Me siento bien - dije, avanzando hacia la puerta.
-Bueno, entonces.
-Que no se te enfríe el café.
Cerré la puerta tan dulcemente como si me fuera de besos con una chica, luego
le aflojé el candado a la bicicleta desprendiéndola de las barra de la baranda.
Me instalé bajo el sobaco, y sin esperar el ascensor corrí los cuatro pisos
hasta la calle. Allí me quedé un minuto acariciando las llantas sin saber para
dónde emprenderlas, mientras que ahora sí soplaba un aire madrugador, un poco
frío, lento.
La monté y de un solo envión de los pedales resbalé por la cuneta y me fui
bordeando la Alameda hasta la Plaza Bulnes, y le ajusté la redondela a la fuente
de la plaza, y enseguida torcí a la izquierda hasta la boite del Negro Tobar y
me ahuaché bajo el toldo a oír la música que salía del subterráneo. Lo que
fregaba la cachimba era no poder fumar, no romper la imagen del atleta perfecto
que nuestro entrenador nos había metido al fondo de la cabeza. A la hora que
llegaba entabacado, me olía la lengua y pa'fuera se ha dicho. Pero además de
todo, yo era como un extranjero en la madrugada santiaguina. Tal vez fuera el
único muchacho de Santiago que tenía a su madre muriéndose, el único y absoluto
gil en la galaxia que no había sabido agenciarse una chica para amenizar las
noches sabatinas sin fiestas, el único y definitivo animal que lloraba cuando le
contaban historias tristes. Y de pronto ubiqué el tema del cuarteto, y
precisamenta la trompeta de Lucho Aranguiz fraseando eso de "no puedo darte más
que amor, nena, eso es todo lo que te puedo dar", y pasaron dos parejas
silenciosas frente al toldo, como cenizas que el malón del colegio había
derramado por las aceras, y había algo lúgubre e inolvidable en el susurro del
grifo esquinero, y del lechero, lento a pesar del brío de sus caballos, y el
viento se venía llevando envoltorios de cigarrillos, de chupetes helados, y el
baterista arrastraba el tema como un largo cordel que no tiene amarrado nada en
la punta-sha-sha-da-da- y salió del subterráneo un joven ebrio a secarse las
narices transpirando, los ojos patinándole, rojos de humo, el nudo de la corbata
dislocado, el pelo agolpado sobre las sienes, y la orquesta le metió al tango,
sophisticated, siempre el mismo, siempre uno busca lleno de esperanzas, y los
edificios de la Avenida Bulnes en cualquier momento podían caerse muertos, y
después el viento soplaría aún más descoyuntador, haría veleta de navío,
barcazas y mástiles de los andamiajes, haría barriles de alcohol de los
calefactores modernos, transformaría en gaviotas las puertas, en espuma los
parquets, en peces los radios y las planchas, los lechos de los amantes se
incendiarían, los trajes de gala los calzoncillos los brazaletes serían
cangrejos, y serían moluscos, y serían arenilla, y a cada rostro el huracán le
daría lo suyo, la máscara al anciano, la carcajada rota al liceano, a la joven
virgen el polen más dulce, todos derribados por las nubes, todos estrellados
contra los planetas, ahuecándose en la muerte, y yo entre ellos pedaleando el
huracán con mi bicicleta diciendo, y los policías inútiles con sus fustas
azotando potros imaginarios, a horcajas sobre el viento, azotados por parques
altos como volantines, por estatuas, y yo recitando los últimos versos
aprendidos en clase de castellano, casi a desgano, dibujándole algo pornográfico
al cuaderno de Aguilera, huetándole el cocavi a Kojman, clavándole un lápiz en
el trasero al Flaco Leiva, yo recitando, y el joven se apretaba el cinturón con
la misma parsimonia con que un sediento de ternura abandona un lecho amante, y
de pronto cantaba frívolo, distraído de la letra, como si cada canción fuera
apenas un chubasco antes del sereno, y después bajaba tambaleando la escalera, y
Luchito Aránguiz agarraba un solo de "uno" en trompeta y comenzaba a apurarlo, y
todo se hacía jazz cuando quise buscar un poco del aire de la madrugada que me
enfriase el paladar, la garganta, la fiebre que se me rompía entre el vientre y
el hígado, la cabeza se me fue contra la muralla, violenta, ruidosa, y me
aturdí, y escarbé en los pantalones, y extraje la cajetilla, y fumé con ganas,
con codicia, mientras me iba resbalando contra la pared hasta poner mi cuerpo
contra las baldosas, y entonces crucé las palmas y me puse a dormir
dedicadamente.
Me despertaron los tambores, guaripolas y clarines de algún glorioso que daba
vueltas a la noria de Santigo rumbo a ninguna guerra, aunque engalanados como
para una fiesta. Me bastó montarme y acelerar la bici un par de cuadras, para
asistir a la resurrección de los barquilleros, de las ancianas míseras, de los
venderores de maní, de los adolescentes lampiños con camisas y botas de moda. Si
el reloj de San Francisco no mentía esta vez, me quedaban justo siete minutos
para llegar al punto de largada en el borde del San Cristóbal. Aunque a mi
cuerpo se lo comían los calambres, no había perdido la precisión de la puntada
sobre la goma de los pedales. Por lo demás había un sol de este volado y las
aceras se veían casi despobladas.
Cuando crucé el Pío Nono, la cosa comenzó a animarse. Noté que los competidores
que bordeaban el cerro calentando el cuerpo, me piropeaban unas miradas de
reojo. Distinguí a López del Audax limpiándose las narices, a Ferruto del Green
trabajando con un bombín la llanta, y a los cabros de mi equipo oyendo las
instrucciones de nuestro entrenador.
Cuando me uní al grupo, me miraron con reproche pero no soltaron la pepa. Yo
aproveché la coyuntura para botarme a divo.
-¿Tengo tiempo para llamar por teléfono?- dije.
El entrenador señaló el camarín.
-Vaya a vestirse.
La pasé la máquina al utilero.
-Es urgente-expliqué-. Tengo que llamar a la casa.
-¿Para qué?
Pero antes de que pudiera explicárselo, me imaginé en la fuente de soda del
frente entre niños candidatos al zoológico y borrachitos, pálidos marcando el
número de casa para preguntarle a mi padre... ¿qué? ¿Murió la vieja? ¿Pasó el doctor
por la casa? ¿Cómo sigue mamá?
-No tiene importancia-respondí-. Voy a vestirme.
Me zambullí en la carpa, y fui empiluchándome con determinación. Cuando estuve
desnudo procedí a arañarme los muslos y luego las pantorrillas y los talones
hasta que sentí el cuerpo respondiéndome. Comprimí minuciosamente el vientre con
la banda elástica, y luego cubrí con las medias de lanilla todas las huellas
granates de mis uñas. Mientras me ajustaba los pantalocillos y apretaba con su
elástico la camiseta, supe que iba a ganar la carrera. Trasnochado, con la
garganta partida y la lengua amarga, con las piernas tiesas como de mula, iba a
ganar la carrera. Iba a ganarla contra el entrenedor, contra López, contra
Ferruto, contra mis propios compañeros de equipo, contra mi padre, contra mis
compañeros de colegio y mis profesores, contra mis mismos huesos, mi cabeza, mi
vientre, mi disolución, contra mi muerte y la de mi madre, contra el presidente
de la república, contra Rusia y Estados Unidos, contra la abejas, los peces, los
pájaros, el polen de las flores, iba a ganarla contra la galaxia.
Agarré una venda elástica y fui presándome con doble vuelta el empeine, la planta
y el tobillo de cada pie. Cuando los tuve amarrados como un solo puñetazo, sólo
los diez dedos se me asomaban carnosos, agresivos, flexibles.
Salí de la carpa. "Soy un animal" pensé cuando el juez levantó la pistola, "voy
a ganar esta carrera porque tengo garras y pezuñas en cada pata". Oí el
pistoletazo, dí dos arremetidas filudas, cortantes sobre los pedales, cogí la
primera cuesta puntero. En cuanto aflojó el declive, dejé no más que el sol se
me fuera licuando lentamente en la nuca. No tuve necesidad de mirar muy atrás
para descubrir a Pizarnick del Ferroviario, pegado a mi trasera. Sentí piedad
por el muchacho, por su equipo, por su entrenador que le habría dicho "si toma
la delantera, pégate a él hasta donde aguantes, calmadito, con seso,
¿entiendes?", porque si yo quería era capaz ahí mismo de imponer un tren que
tendría al muchacho vomitando en menos de cinco minutos, con los pulmones
revueltos, fracasado, incrédulo. En la primera curva desapareció el sol, y alcé
la cabeza hasta la Virgen del Cerro, y se veía dulcemente ajena, incorruptible.
Decidí ser inteligente, y diminuyendo bruscamente el ritmo del pedaleo, dejé que
Pizarnick tomara la delantera. Pero el chico estaba corriendo con la biblia en
el sillín: aflojó hasta ponérseme a la par, y pasó fuerte a la cabeza un
muchacho rubio del State Francais. Ladeé el cuello hacia la izquierda y le
sonreí a Pizarnick. "¿Quién es?" le dije. El muchacho no me devolvió la mirada.
"¿Qué?", jadeó. "¿Quién es?", repetí. "El que pasó adelante." Parecía no haberse
percatado que íbamos quedando unos metros atrás. "No lo conozco", dijo. "¿Viste
qué máquina era?" "Una Legnano" repuse. "¿En qué piensas?" Pero esta vez no
conseguí respuesta. Comprendí que había estado todo el tiempo pensando si ahora
que yo había perdido la punta, debía pegarse al nuevo líder. Si siquiera me
hubiese preguntado, yo le habría prevenido; lástima que su biblia transmitía con
sólo una antena. Una cuesta más pronunciada, y buenas noches los pastores. Pateó
y pateó hasta arrimársele al rucio, y casi con desesperación miró para atrás
tanteanndo la distancia. Yo busqué por los costados a algún otro competidor para
meterle conversa, pero estaba solo a unos veinte metros de los cabecillas, y al
resto de los rivales recién se le asomaban las narices en la curvatura. Me
amarré con los dedos el repiqueteo del corazón, y con una sola mano ubicada en
el centro fui maniobrando la manigueta. (Cómo podía estar tan solo, de pronto!
¿Dónde estaban el rucio y Pizarnick? ¿Y González, y los cabros del club, y los del
Audaz Italiano? ¿Por qué comenzaba a faltarme el aire, por qué el espacio se
arrumaba sobre los techos de Santiago, aplastante? ¿Por qué el sudor hería las
pestañas y se encerraba en los ojos para nublar todo? Ese corazón mío no estaba
latiendo así de fuerte para meterle sangre a mis piernas, ni para arderme las
orejas, ni para hacerme más duro el trasero en el sillín, y más coces los
enviones. Ese corazon mío me estaba traicionando, le hacía el asco a la
empinada, me estaba botando sangre por las narices, instalándome vapores en los
ojos, me iba revolviendo las arterias, me rotaba en el diafragma, me dejaba
perfectamente entregado a un ancla a mi cuerpo hecho una soga, a mi falta de
gracia, a mi sucumbimiento.
-(Pizarnick!- grité-. Para, carajo, que me estoy muriendo.
Pero mis palabras ondulaban entre sien y sien, entre los dientes de arriba y los
de abajo, entre la saliva y las carótidas. Mis palabras eran un perfecto círculo
de carne: yo jamás había dicho nada. Nunca había conversado con nadie sobre la
tierra. Había estado todo el tiempo repitiendo una imagen en las vitrinas, en
los espejos, en las charcas invernales, en los ojos espesos de pintura negra de
las muchachas. Y tal vez ahora - pedal con pedal, pisa y pisa, revienta y
revienta - le viniera entrando el mismo silencio a mamá- y yo iba subiendo y
subiendo y bajando y bajando - la misma muerte azul de la asfixia - pega y pega
rota y rota- la muete de narices sucias y sonidos líquidos en la garganta-y yo
torbellino serpenteo turbina engranaje corcoveo-la muerte blanca y definitiva- (a mi nadie me revolcaba, madre!- y el jadeo de cuántos, tres cuatro cinco diez
ciclistas que me irían pasando, o era yo que alcanzaba a los punteros, y por un
instante tuve los ojos entreabiertos sobre el abismo y debí apretar duramente fuertemente las pestañas para que todo Santiago no se lanzase a flotar
y me ahogara llevándome alto y luego me precipitara, astillándome la cabeza
contra una calle empedrada, sobre basureros llenos de gatos, sobre esquinas
canallas. Envenenado, con la mano libre hundida en la boca, mordiéndome luego
las muñecas, tuve el último momento de claridad: una certeza sin juicio,
intraducible, cautivadora, lentamente dichosa, de que sí, que muy bien, que
perfectamente hermano, que este final era mío, que mi aniquilación era mía, que
bastaba que yo pedaleara más fuerte y ganara esa carrera para que se la jugara
a mi muerte, que hasta yo mismo podía administrar lo poco que me quedaba de
cuerpo, esos dedos palpitantes de mis pies, afiebrados, finales, dedos ángeles
pezuñas tentáculos, dedos garras bisturíes, dedos apocalípticos, dedos
definitivos, deditos de mierda, y tirar el timón a cualquier lado, este u oeste,
norte o sur, cara y sello, o nada, o tal vez permanecer siempre
nortesuresteoestecarasello, moviéndome inmóvil, contundente. Entonces me llené la cara con esta mano y me abofeteé el sudor y me volé la cobardía; ríete imbécil me dije, ríete poco hombre, carcajéate porque estás solo en la punta, porque nadie mete finito como tú la pata para la curva del descenso.
Y de un último encumbramiento que me venía desde las plantas llenando de sangre
linda, bulliciosa, caliente, los muslos y las caderas y el pecho y la nuca y la
frente, de un coronamiento, de una agresión de mi cuerpo a Dios, de un curso
irresistible, sentí que la cuesta aflojaba un segundo y abrí los ojos se los
aguanté al sol, y entonces sí las llantas se despidieron humosas y chirriantes,
las cadenas cantaron, el manubrio se fue volando como una cabeza de pájaro,
agudo contra el cielo, y los rayos de la rueda hacían al sol mil pedazos y los
tiraban por toda parte, y entonces oí, oí (Dios mío! a la gente avivándome sobre
camionetas, a los muchachitos que chillaban al borde de la curva del descenso,
al altoparlante dando las ubicaciones de los cinco primeros puestos; y mientras
venía la caída libre, salvaje sobre el nuevo asfalto, uno de los organizadores
me baldeó de pe a pa riéndose, y veinte metros adelante, chorreando, riendo,
fácil, alguien me miró, una chica colorina, y dijo "mojado como joven pollo", y
ya era hora de dejarme de pamplinas, la pista se resbalaba, y era otra vez
tiempo de ser inteligente, de usar el freno, de ir bailando la curva como un
tango o un vals a toda orquesta.
Ahora el viento que yo iba inventando (el espacio estaba sereno y transparente)
me removía la tierra de las pupilas, y casi me desnuco cuando torcí el cogote
para ver quién era el segundo. El rucio, por supuesto. Pero a menos que tuviera
pacto con el diablo, podría superarme en el descenso, y nada más que por un
motivo bien simple que aparece técnicamente explicado en las revistas de
deportes y que puede resumirse así: yo nunca utilizaba el freno de mano, me
limitaba a planificar el zapato en la llanta cuando se esquinaban las curvas.
Vuelta a vuelta, era la única fiera compacta de la ciudad con mi bicicleta. Los
fierros, las latas, el cuero, el sillín, los ojos, el foco, el manubrio, eran un
mismo argumento con mi lomo, mi vientre, mi rígido montón de huesos.
Atravesé la meta y me descolgué de la bici sobre la marcha. Aguanté los
palmoteos en el hombro, los abrazos del entrenador, las fotos de los cabros de
"Estadio" y liquidé la Coca-Cola de una zamapada. Después tomé la máquina y me
fui bordeando la cuneta rumbo al departamento.
Una vacilación tuve frente a la puerta, una última desconfianza, tal vez la
sombra de una incertidumbre, el pensamiento de que todo hubiera sido un trampa,
un truco, como si el destello de la Vía Láctea, la multiplicación del sol en las
calles, el silencio, fueran la sinopsis de una película que no se daría jamás,
ni en el centro, ni en los biógrafos de barrio, ni en la imaginación de ningún
hombre.
Apreté el timbre, dos, tres, veces, breve y dramático. Papá abrió la puerta,
apenitas, como si hubiera olvidado que vivía en una ciudad donde la gente va de
casa en casa golpeando portones, apretando timbres, visitándose.
-¿Mamá?-pregunté.
El viejo amplió la abertura, sonriendo.
-Está bien-me pasó la mano por la espalda e indicó el domitorio-. Entra e verla.
Carraspeé que era un escándalo y me di vuelta en la mitad del pasillo.
-¿Qué hace?
-Está almorzando-repuso papá.
Avancé hasta el lecho, sigiloso, fascinado por el modo elegante en que iba
echando las cucharadas de sopa entre los labios. Su piel estaba lívida y las
arrugas de la frente se la habían metido um centímetro más adentro, pero
cuchareabla con gracia, con ritmo, con...hambre.
Me senté en la punta del lecho, absorto.
-¿Cómo te fue?-preguntó, pellizcando una galleta de soda.
Esgrimí una sonrisa de película.
-Bien, mamá, bien.
El chal rosado tenía un fideo de cabello de ángel sobre la solapa. Me adelanté a
retirarlo. Mamá me suspendió la mano en el movimiento, y me besó dulcemente la
muñeca.
-¿Cómo te sientes, vieja?
Me pasó ahora la mano por la nuca, y luego me ordenó las mechas sobre la frente.
-Bien hijito. Hazle un favor a tu madre, ¿quieres?
La consulté con las cejas.
-Ve a buscar un poco de sal. Esta sopa está desabrida.
Me levanté, y antes de dirigirme al comedor, pasé por la cocina a ver a mi
padre.
-¿Hablaste con ella? Está animada, ¿cierto?
Lo quedé mirando mientras me rascaba con fruición el pómulo.
-¿Sabes lo que quiere, papá? ¿Sabes lo que mandó a buscar?
Mi viejo echó una bocanada de humo.
-Quiere sal, viejo. Quiere sal. Dice que está desabrida la sopa, y que quiere
sal, ¿comprendes?
Giré de un envión sobre los talones y me dirigí al aparador en busca del salero.
Cuando me diponía a retirarlo, vi la ponchera destapada en el centro de la mesa.
Sin usar el cucharón, metí hasta el fondo un vaso, y chorreándome sin lastimarme, me instalé el líquido en el fondo de la barriga. Sólo cuando la resaca, me percaté que estaba un poco picadito. Culpa del viejo de mierda que no aprende nunca a ponerle la tapa de la cacerola al ponche. Me serví otro trago, (que iba a hacerle!