CANTO I.EL INFIERNO. DE DANTE ALIGHIERI
.de Cesar Molina, el El Sábado, 28 de agosto de 2010 a las 9:46.CANTO I
En medio del camino de nuestra vida me encontré por una selva oscura, 3 porque la recta vía era perdida.
¡Ay, que decir lo que era es cosa dura esta selva salvaje, áspera y fuerte, 6 cuyo recuerdo renueva la pavura! Tanto es amarga, que poco lo es más la muerte: pero por tratar del bien que allí encontré, 9 diré de las otras cosas que allí he visto.
No sé bien redecir como allí entré; tan somnoliento estaba en aquel punto, 12 cuando el veraz camino abandoné.
Pero así como llegué junto al pie de un monte, allá donde aquel valle cesaba, 15 que de pavor me había acongojado el corazón, miré en alto, y vi sus espaldas vestidas ya de rayos del planeta, 18 que a todos lleva por toda senda recta.
Entonces se aquietó un poco el espanto, que en el hueco de mi corazón había durado 21 la noche entera, que pasé con tanto afán.
Y como aquel que con angustiado resuello salido fuera del piélago a la orilla 24 se vuelve al agua peligrosa y la mira; así mi alma, que aún huía, volvióse atrás a remirar el cruce, 27 que jamás dejó a nadie con vida.
Una vez reposado el fatigado cuerpo, retomé el camino por la desierta playa, 30 tal que el pie firme era siempre el más bajo; y al comenzar la cuesta, apareció una muy ágil y veloz pantera, 33 que de manchada piel se cubría.
Y no se apartaba de ante mi rostro; y así tanto me impedía el paso, 36 que me volví muchas veces para volverme.
Era la hora del principiar de la mañana, y el Sol allá arriba subía con aquellas estrellas 39 que junto a él estaban, cuando el amor divino movió por vez primera aquellas cosas bellas; bien que un buen presagio me auguraban 42 de aquella fiera la abigarrada piel, la ocasión del momento, y la dulce estación: pero no tanto, que de pavor no me llenara 45 la vista de un león que apareció. Venir en contra mía parecía erguida la cabeza y con rabiosa hambruna, 48 que hasta el aire como aterrado estaba: y una loba que por su flacura cargada estaba de todas las hambres, 51 y ya de mucha gente entristecido había la vida.
Tanta fue la congoja que me infundió el espanto que de sus ojos salía, 54 que perdí la esperanza de la altura. Y como aquel que goza en atesorar, y llegado el tiempo en que perder le toca, 57 su pensamiento entero llora y se contrista; así obró en mi la bestia sin paz, que, viniéndome de frente, poco a poco, 60 me repelía a donde calla el Sol.
Mientras retrocedía yo a lugar bajo, ante mis ojos se ofreció 63 quien por el largo silencio parecía mudo. Cuando a éste vi en el gran desierto Ten piedad de mí, le grité, 66 quienquiera seas, sombra u hombre cierto.
Respondióme: No hombre, hombre ya fui, y lombardos fueron mis padres, 69 y ambos por patria Mantuanos. Nací sub Julio, aunque algo tarde, y viví en Roma bajo el buen Augusto, 72 en tiempos de los dioses falsos y embusteros.
Poeta fui, y canté a aquel justo hijo de Anquises, que vino de Troya, 75 después del incendio de la soberbia Ilion. Pero tú, ¿Porqué a tanta angustia te vuelves? ¿Porqué no trepas el deleitoso monte, 78 que es principio y razón de toda alegría?
¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que expande de elocuencia tan largo río? 81 le respondí, avergonzada la frente. ¡Oh! De los demás poetas honor y luz, válgame el largo estudio y el gran amor, 84 que me han hecho ir en pos de tu libro. Tú eres mi maestro y mi autor: tú sólo eres aquel de quien tomé 87 el bello estilo, que me ha dado honor. Mira la bestia por la que me he vuelto: socórreme de ella, famoso sabio, 90 porque hace temblar las venas y los pulsos.
Otro es el camino que te conviene, respondió al ver mis lágrimas, 93 si quieres huir de este lugar salvaje; porque esta bestia, por la que gritas, no deja a nadie pasar por el suyo, 96 sino que tanto impide, que mata: su naturaleza es tan malvada y cruel, que nunca satisface su hambrienta voluntad, 99 y tras comer tiene más hambre que antes.
Muchos son los animales con que se marida y muchos más habrá todavía, hasta que venga 102 el Lebrel, que le dará dolorosa muerte. No se alimentará de tierra ni de peltre, mas de sabiduría, de amor y de virtud 105 y su patria estará entre fieltro y fieltro. Será la salud de aquella humilde Italia, por quien murió la virgen Camila, 108 Euriale, y Turno y Niso, de sus heridas:
De ciudad en ciudad perseguirá a la loba, hasta que la vuelva a lo profundo del infierno, 111 de donde la envidia la hizo salir primero.
Ahora por tu bien pienso y entiendo, que mejor me sigas, y yo seré tu conductor, 114 y te llevaré de aquí a un lugar eterno, donde oirás desesperados aullidos, verás a los antiguos espíritus dolientes, 117 cada uno clamando la segunda muerte; después verás los otros, que en el fuego están contentos, porque unirse esperan, 120 cuando sea, a las felices gentes; a las cuales, después, si quisieras subir, un alma habrá más digna que yo para tu ascenso; 123 te dejaré con ella, cuando de ti me parta: que aquel emperador, que allá arriba reina, porque rebelde fui a su ley, 126 no quiere que a su ciudad por mi se llegue.
Impera en todas partes, y allá reina, allá está su ciudad y allá su alta sede: 129 ¡Feliz aquel a quién para su reino escoge!
Y yo a él: Poeta, te intimo por aquel Dios que no conociste, 132 de éste y de peor mal que yo me salve, que allá me lleves donde tú dijiste, así que vea la puerta de san Pedro, 135 y a aquellos tan tristes que tú dices.
Entonces se movió, y yo me pegué detrás. CANTO II
Íbase el día, y el aire oscuro, a los animales de la tierra, 3 libraba de las fatigas; y por mi parte solo yo me preparaba a sostener la guerra tan del camino y tan de la piedad, 6 que ha de referir la mente que no yerra. ¡Oh Musas! ¡Oh alto ingenio!, ayudadme ahora; ¡Oh mente que escribiste lo que vi! 9 Aquí se mostrará tu nobleza.
Comencé entonces: Poeta que me guías, considera si es fuerte mi virtud, 12 antes que al alto paso me confíes.
Tu dices que el padre de Silvio, aun corruptible, al inmortal siglo 15 pasó, y fue sensiblemente. Pero si el adversario de todo mal le fue gentil, pensando en el alto bien, 18 que salir de él debía, y qué gentes, y cuál imperio, no parecerá indigno a un hombre de intelecto: porque del alma Roma y de su imperio 21 fue elegido padre en el empíreo Cielo: A decir verdad la una y el otro fueron establecidos lugar santo 24 donde está la sede del sucesor del mayor Pedro.
En este viaje, por el que lo exaltas tanto, oyó cosas que fueron la causa 27 de su victoria y del papal manto. Viajó también el Vaso de elección, para dar firmeza a aquella fe 30 que es principio en el camino de la salvación.
Pero yo ¿Porqué he de ir? o ¿Quién lo concede? No soy Eneas, Pablo no soy: 33 que sea digno, ni yo ni nadie lo cree, porque si a tal ir me abandono temo que el viaje sea locura: 36 Sé sabio, y óyeme que yo ya no razono.
Y como aquel que desquiere lo que quería y por nueva idea el propósito descambia, 39 y así de lo comenzado se aparta entero; así me cambié yo en aquella cuesta obscura: así, pensado, se consumió la empresa 42 cuyo comenzar fue con tanta fuerza.
Si he bien oído tus palabras, repuso de aquel magnánimo la sombra, 45 tu alma está herida de bajeza: la cual muchas veces estorba al hombre tanto, que de empeñada empresa lo retorna, 48 como bestia espantada de una sombra.
A fin de que de este temor te libres te diré, porqué yo vine y lo que oí 51 en aquel punto primero cuando me dolí de ti.
Estaba yo entre aquellos en suspenso y una mujer me llamó, bendita y bella, 54 tanto de que me mandara yo la requerí. Lucían sus ojos más que la estrella: y comenzó a decirme suave y humilde, 57 con angélica voz, en su lenguaje:
¡Oh gentil alma Mantuana! cuya en el mundo aún la fama dura 60 y durará cuanto el movimiento dure, lejana: mi amigo, que no lo es de la ventura, de la desierta playa está tan impedido 63 en el camino, que vuelto se ha de miedo: y temo que no esté ya tan perdido que tarde me haya levantado a socorrerlo, 66 de acuerdo a lo que de él en el Cielo he oído. Ahora muévete, y con tu palabra ornada y con lo necesario para que él sobreviva, 69 ayúdalo pues, para que yo quede consolada.
Yo soy Beatriz, la que te manda vayas. Vengo del lugar de a donde volver deseo: 72 Amor me movió, el que me hace hablar. Cuando esté ante mi Señor, hablaré bien de ti con frecuencia.
75 Calló pues, y comencé yo entonces: Oh mujer de virtud única por la que la humana especie excede todo lo que hay en 78 aquel Cielo, cuyos menores son los círculos; Tanto me agrada tu mandato, que en obedecerlo, si ya lo hubiera, sería tardo; 81 nada ganarías con más ampliarme tu deseo. Pero dime la razón que no te cuidas de bajar aquí abajo a este centro 84 desde aquel amplio lugar, al que volver ardes.
Lo que saber tan profundamente deseas te diré brevemente, me repuso, 87 porqué no temo venir aquí adentro. Solo aquellas cosas se han de temer que detentan poder de daño a otro; 90 de las otras no, que no son temibles. Estoy hecha así por Dios, por su merced, que vuestra miseria no me alcanza, 93 ni la llama de este incendio no me asalta.
Mujer hay gentil en el Cielo, que se apiada por este entrabamiento al que te mando, 96 y tanto, que el duro juicio de allá quebranta. Es ella la que llamó a Lucía en su demanda y dijo: Tiene necesidad tu fiel 99 de ti, y yo a ti lo recomiendo. Lucia, enemiga de todo cruel movióse, y vino al lugar donde yo estaba, 102 sentada con la antigua Raquel. Dijo: Beatriz, alabanza de Dios verdadera, ¿Que no socorres a aquel que te amó tanto 105 que por ti salió de la vulgar tropa? ¿La compasión no escuchas de su llanto, no ves la muerte que combate 108 en tumultuoso río más que la mar violento?
No hubo en el mundo más veloz nadie en pro de su bien y en contra de su daño, 111 que yo, después de recibidas las palabras; aquí abajo vine desde mi bendito escalón, confiando en tu parlar honesto, 114 que a ti te honra y a quienes lo han oído.
Después de haberme razonado de esa forma volvióme los lucientes ojos lagrimando, 117 por más presto a venir forzarme: y así que vine a ti, como ella quiso, te levanté de ante de aquella fiera 120 que del bello monte el breve paso te cerraba.
¿Entonces qué? ¿Porqué te quedas todavía? ¿Porque en el corazón encierras tanta bajeza? 123 ¿Porqué el ardor te falta y la grandeza?
¿Acaso no tienes tres mujeres benditas que de ti curan en la corte del Cielo, 126 y mi palabra que tanto bien te promete?
Como la florcillas bajo el nocturno hielo doblegadas y oclusas, así que el Sol las ilumina, 129 se yerguen abiertas en sus tallos; tal fui yo, desde mi ánimo abatido y a tan buen ardor el corazón me enardeció 132 que comencé a decir como persona decidida: ¡Oh piadosa aquella que ha venido en mi socorro, y tú que veloz gentil obedeciste 135 a las veraces palabras a ti dirigidas! Me has colmado el corazón con tal deseo al viaje, con tus palabras, 138 que retornado he a mi primer propósito.
Ve adelante que ambos somos de un sólo querer, tú Conductor, tú Señor y tú Maestro: 141 Así le dije; y puesto luego él en marcha, entré por el camino duro y salvaje.
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