TRES POEMAS DE "DESAPARICIONES " DE PAUL AUSTER Compartir
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En la faz del muro
él adivina la monstruosa
suma de pormenores.
No es nada.
Y es todo lo que él es.
Y si él no fuese nada, déjenlo entonces empezar
donde se encuentre a sí mismo, y que, como cualquier otro hombre,
aprenda el habla de este lugar.
Pues también él vive en el silencio
que viene antes de la palabra
de sí mismo.
6.
Y de cada cosa que él ha visto
hablará
-la cegadora
enumeración de piedras,
incluso hasta el momento de la muerte-,
aunque sólo sea
porque habla.
Por lo tanto, él dice yo
y se cuenta a sí mismo
en todo lo que excluye,
que es nada,
y porque él es nada
puede hablar, lo cual es decir
que no hay escapatoria
de la palabra nacida
en el ojo. Y fuera él o no
a decirlo,
no hay escapatoria.
7.
Está solo. Y desde el instante en que empieza a
respirar,
no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida
en las mandíbulas de lo singular,
y la palabra que construiría un muro
a partir de la piedra más interna
de la vida.
Por cada cosa de la que habla
él no es,
y a pesar de sí mismo,
dice yo, como si también él empezara
a vivir en todos los otros
que no son. Pues la ciudad es monstruosa,
y su boca no experimenta
ninguna cuestión
que no devore la palabra
de uno mismo.
Por lo tanto, están los muchos,
y todas esas numerosas vidas
talladas en las piedras
de un muro,
y quien empiece a respirar
aprenderá que no hay dónde ir
excepto aquí.
Por lo tanto, él empieza de nuevo
como si fuera la última vez
que respirase.
Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo
lo que empieza.
Versión Gabriel Pinciroli y Marisa Acosta
La Plata (Argentina), Ediciones SIC, 2002
Ignoria Patricia Damiano - Isaías Garde
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