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UNA APROXIMACION A LA OBRA LITERARIA DE LA POETISA MEYRA DEL MAR

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MEYRA DEL MAR.

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Una aproximacion a la obra literaria de la poetisa meyra del mar..Un homenaje a su memoria!!

Una aproximacion a la obra literaria de la poetisa Meyra del Mar

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HASTA SIEMPRE LUIS VITALE!!

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HOMENAJE A MIGUEL HERNANDEZ EN ALICANTE.

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AQUILES

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martes, 28 de septiembre de 2010

EL CID CAMPEADOR EN LA LITERATURA.

El Cid en la literatura
Excepción hecha de los testimonios documentales de la época, algunos firmados por el propio Rodrigo Díaz, las fuentes más antiguas acerca del Campeador provienen de la literatura andalusí del siglo XI. Las obras más tempranas de que tenemos noticia sobre él no se han conservado, aunque se ha transmitido lo esencial de ellas a través de versiones indirectas. En las fuentes árabes se impreca generalmente al Cid con los apelativos de tagiya ('tirano, traidor'), la'in ('maldito') o kalb ala'du ('perro enemigo'); sin embargo, se admira su fuerza bélica, como en el testimonio del siglo XII del andalusí Ibn Bassam, única alusión en que la historiografía árabe se refiere al guerrero castellano en términos positivos; de todos modos Ibn Bassam habitualmente se refiere a Rui Díaz con denuestos, execrándolo a lo largo de toda su Al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira... (Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la Península) con las expresiones «perro gallego» o «al que Dios maldiga». He aquí el conocido pasaje en que reconoce su prodigiosa valía como guerrero:[34]

...era este infortunio [es decir, Rodrigo] en su época, por la práctica de la destreza, por la suma de su resolución y por el extremo de su intrepidez, uno de los grandes prodigios de Dios.

Ibn Bassam, Yazira, 1109.[35]
Es de notar, asimismo, que nunca se le aplica en las fuentes árabes el sobrenombre de sidi (señor) —que entre los mozárabes derivó a «Cid»—, pues era un tratamiento restringido a los dirigentes islámicos.

La Elegía de Valencia del alfaquí Alwaqqashí fue escrita durante el sitio de Valencia (inicios de 1094). Entre ese año y 1107 Ibn Alqama compone su Manifiesto elocuente sobre el infausto incidente, que narra las vicisitudes del señorío del Cid en Valencia. Ibn Al-Faray, visir de Al-Qádir, redacta un relato que no nos es conocido ni en su título, sobre los momentos previos a la conquista de Valencia por el Cid. Por último, y como se dijo arriba, en 1110 Ibn Bassam de Santarén dedica la tercera parte de su Al-Yazira a exponer su visión del Campeador.

En cuanto a las fuentes cristianas, desde la primera mención segura sobre el Cid (en el Poema de Almería, 1147/8) las referencias están teñidas de una aureola legendaria, pues se dice de él que nunca fue vencido. Para noticias más fieles a su biografía real existe una crónica en latín, la Historia Roderici (segunda mitad del siglo XII), concisa y bastante fiable, aunque con importantes lagunas en varios periodos de la vida del Campeador. Junto a los testimonios de historiadores árabes es la principal fuente sobre el Rodrigo Díaz histórico. Además, la Historia Roderici presenta a un Rodrigo Díaz no siempre alabado por su autor, lo que hace pensar en la neutralidad de su relato. Así, comentando la razia del Campeador por tierras de La Rioja, el autor de la historia de Rodrigo se muestra muy crítico con el protagonista, como se puede ver en la manera como describe y valora su razia por La Rioja:[36]

[...] Rodrigo abandonó Zaragoza con un ejército innumerable y muy poderoso, y penetró en las regiones de Nájera y Calahorra, que eran dominios del rey Alfonso y estaban sometidas a su autoridad. Peleando con decisión tomó Alberite y Logroño. Con brutalidad y sin piedad destruyó estas regiones, animado por un impulso destructivo e irreligioso. Se apoderó de un gran botín, pero ello fue deplorable. Su cruel e impía devastación destruyó y asoló todas las tierras mencionadas.

Historia Roderici, apud Fletcher (2007), pág. 226.
La literatura de creación pronto inventó aquello que se desconocía o completaba la figura del Cid, contaminando progresivamente las fuentes más históricas con las leyendas orales que iban surgiendo para ensalzarlo y despojar su biografía de los elementos menos aceptables por la mentalidad cristiana y el modelo heroico que se quería configurar, como su servicio al rey musulmán de Saraqusta.


Manuscrito Carmen Campidoctoris.Sus hazañas fueron incluso objeto de inspiración literaria para escritores cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, un himno latino panegírico escrito en poco más de un centenar de versos sáficos en la segunda mitad del siglo XII que cantan al Campeador ensalzándolo como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.[37]

En este panegírico ya no se encuentran registrados los servicios de Rodrigo al rey de la taifa de Zaragoza; además, se han dispuesto combates singulares con otros caballeros en sus mocedades para resaltar su heroísmo, y aparece el motivo de los murmuradores, que provocan la enemistad del rey Alfonso, con lo que el rey de Castilla queda exonerado en parte de responsabilidad en el desencuentro y destierro del Cid.

En resumen, el Carmen es un catálogo selecto de las proezas de Rodrigo, para lo cual se prefieren las lides campales y se desechan de sus fuentes (Historia Roderici y quizá la Crónica najerense) algaras de castigo, emboscadas o asedios, formas de combate que conllevaban un menor prestigio.[38]


Reproducción del primer folio del manuscrito del Cantar de mio Cid conservado en la Biblioteca Nacional de España.De esta misma época data el primer cantar de gesta sobre el personaje: el Cantar de mio Cid, escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos, Soria, la Comarca de Calatayud, Teruel o Guadalajara[39] y con conocimientos de derecho. El poema épico se inspira en los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, batalla con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados. La versión del Cid que ofrece el Cantar constituye un modelo de mesura y equilibrio. Así, cuando de un prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre, en esta obra el héroe se toma su tiempo para reflexionar al recibir la mala noticia del maltrato de sus hijas («cuando ge lo dizen a mio Cid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió», vv. 2827-8) y busca su reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar precipitadamente en las batallas cuando las circunstancias lo desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los «moros de paz» del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.[40]

La Estoria o Leyenda de Cardeña recopila un conjunto de noticias elaboradas por los monjes del Monasterio homónimo acerca de los últimos días de Rodrigo Díaz, el embalsamado de su cadáver y la llegada de Jimena con él al monasterio burgalés, donde quedó expuesto sentado por diez años hasta ser enterrado. Este relato, que incluye componentes sobrenaturales hagiográficos y persigue convertir al monasterio en lugar de culto a la memoria del héroe ya sacralizado, fue incorporado a las crónicas castellanas empezando por las distintas versiones de la Estoria de España alfonsí. En la Leyenda de Cardeña aparece por vez primera la profecía de que Dios concederá al Cid la victoria en la batalla aun después de su muerte.[41]

Entre otros aspectos legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña está el utilizar a dos espadas con nombres propios: la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda era perteneciente a un rey de Marruecos y hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) la tradición ha propagado los nombres de sus espadas y de su caballo, Babieca.


Mocedades de Rodrigo.Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud, imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata cómo en sus años mozos se atreve a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. El último cantar de gesta le dibujaba un carácter altivo muy del gusto de la época, que contrasta con el personaje mesurado y prudente del Cantar de mio Cid.

A partir del siglo XV se va perpetuando la leyenda popular del héroe asentada sobre todo en el ciclo cidiano del romancero. Su juventud y sus amores con Jimena fueron desarrollados en los romances, con el fin de introducir el tema sentimental en el relato completo de su leyenda. Del mismo modo, se añadieron episodios que le retrataban como un piadoso caballero cristiano, como el viaje a Santiago de Compostela o su caritativo comportamiento con un leproso, a quien, sin saber que es una prueba divina (pues es un ángel transformado en tullido), el Cid ofrece su comida y conforta. El Cid se va configurando, de ese modo, como perfecto amante y ejemplo de piedad cristiana. Todos estos pasajes formarán la base de las comedias del Siglo de Oro que tomaron al Cid como protagonista.

En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. En este material se basó también Lope de Vega para componer Las almenas de Toro. Pero la más importante expresión teatral basada en el Cid son las dos obras de Guillén de Castro Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid, escritas en 1618. Corneille se basó (por momentos al pie de la letra) en la obra del español para componer Le Cid (1636), un clásico del teatro francés.

Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo el romancero y las comedias barrocas: ejemplos de la dramaturgia del siglo XIX son La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla, una especie de extensa paráfrasis de todo el romancero del Cid en aproximadamente diez mil versos. El romanticismo tardío escribió profusamente reelaboraciones de la biografía legendaria del Cid, como la novela El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba.[42] En la segunda mitad del siglo XIX el género deriva a la novelista de folletín, y Manuel Fernández y González escribió una narración de este carácter basada en sus aventuras y sus leyendas llamada El Cid, al igual que Ramón Ortega y Frías.

En el ámbito teatral Eduardo Marquina lleva al modernismo este asunto con el estreno en 1908 de Las hijas del Cid.

En el siglo XX aparecen versiones poéticas modernas del Cantar de mio Cid, como las que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela.

Las ediciones críticas más recientes del Cantar, han devuelto el rigor a la edición literaria del Cantar; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos, editada en 2000 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica, revisada en 2007 en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.

Una de las magnas obras del poeta chileno Vicente Huidobro es La hazaña del Mío Cid (1929), que como él mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta».

A mediados del siglo XX el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.

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